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Los colegios, la verdad, la justicia y la reconciliación

La educación para la reconciliación, aunque se trabaja en escuelas, merece mucha más prioridad.

Óscar Sánchez
En el corazón de la paz está la posibilidad de hacer transformaciones culturales y la escuela tiene que ser arte y parte de ellas. Pero la cultura es muy poderosa y se aprende sobre todo en lo informal, incluyendo en ese aprendizaje la violencia, la discriminación y la indiferencia. Así que no es fácil responder cómo se construye cultura de paz desde la escuela.
Pasa por la educación socioemocional de los niños pequeños en la cotidianidad de la jornada escolar, con la guía de sus maestros. Y por el apoyo a los chicos para que lideren cambios en la realidad que los rodea a través de iniciativas autogestionadas. Incluye el manejo pedagógico de conflictos, relaciones de poder y situaciones críticas y también intervenir para prevenir y detener la vulneración de los derechos de los estudiantes, lo que implica trabajo psicosocial en la escuela, en las familias y en los entornos comunitarios.
Algo que los expertos saben es que no se resuelve con cátedras ni con discursos moralistas, sino que el método son las reflexiones y transformaciones prácticas de la realidad de los chicos y de su relación con los adultos con quienes conviven.
Si bien siguen siendo minoritarios, hay muchos casos de éxito en este tipo de educación en Colombia. Por ejemplo, la homofobia, el racismo y el acoso escolar (el mal llamado matoneo) están disminuyendo rápidamente en Bogotá, y está bien documentado cómo el sistema educativo está logrando esa reducción desde hace unos 10 años.
Sin embargo, la educación para la reconciliación, o más precisamente, para comprender y superar los legados culturales del conflicto armado, aunque se trabaja en escuelas de todo el país,
merece mucha más prioridad. Las leyes que se han expedido para crear la cátedra de la paz y para hacer explícita la cátedra de historia en los currículos llevan más a la confusión que a resolver el tema. Si no queremos que la guerra regrese una y otra vez, necesitamos que la paz deje de ser un acuerdo entre bandos en guerra y, entre otras razones, hacer que los valores de la verdad y la justicia frente al conflicto sean entendidos por las nuevas generaciones en clave de reconciliación.
¿Cómo enseña la escuela a aceptar errores y dolores y a superarlos sin acudir ni a la venganza ni al olvido sin memoria? Y frente a la cultura del miedo y el silencio de las víctimas que tenemos que superar, como nos explica Francisco de Roux, presidente de la Comisión de la Verdad, ¿qué tiene que hacer la escuela? O ¿cómo logran las instituciones educativas demostrar que los conflictos tienen varios involucrados y puntos de vista, y que en ellos se cometen faltas que implican consecuencias, pero que la justicia frente a esos conflictos puede ser restaurativa, antes que punitiva?
Si estamos de acuerdo en que la cultura de paz se aprende en la realidad de los chicos, desde la escuela es posible trabajar el valor de la verdad y los principios de la justicia restaurativa en tres planos simultáneos: en lo cotidiano de la vida escolar, en la relación con el entorno familiar, comunitario y territorial y relacionando esos asuntos inmediatos con la historia y la realidad del conflicto armado en el país. Y para hacerlo propongo acercar instituciones del Estado como la Comisión de la Verdad y el sistema judicial, en especial el sistema de justicia transicional, a los colegios.
Se pueden adelantar expediciones pedagógicas para propiciar en las escuelas reflexiones sobre los conflictos en los entornos locales. De allí pueden surgir piezas de comunicación (entrevistas, exposiciones, programas radiales), de investigación social (documentos escritos, documentales) o arte (plática, drama, cuento, danza), que muestren la versión de los niños y jóvenes sobre cómo se viven en esta sociedad las diferencias, el castigo, el perdón, las humillaciones y la
superación de los dolores desde su perspectiva. Y reflexiones acerca del vínculo entre esa realidad próxima y la realidad del país. Y esos productos, con la intención de construir relatos diversos que formen verdades complejas, se pueden compartir con las comunidades y hacer que los más pequeños nos enseñen a ver las cosas más allá del odio y la simplicidad.
Y también propiciar entre los jóvenes reflexiones sobre el poder de la justicia restaurativa para resolver conflictos y aplicar en las escuelas una disciplina que enseñe reflexivamente antes que castigar, y que conduzca a pactos sostenibles. Los manuales de convivencia y el ejercicio de la autoridad en las escuelas necesitan un sentido de reconciliación y no repetición, para combatir la negación de los intereses y sus disputas, el ocultamiento de las faltas y la venganza como forma de justicia.
Cuando trabajan verdad y justicia, los chicos pueden adelantar procesos con rigor, lograr altos niveles de calidad y creatividad en sus productos y, sobre todo, apostar por un aprendizaje sanador y un impacto psicosocial positivo en las personas involucradas y en especial en las víctimas. Eso sucede en muchas escuelas, y es lo que el Ministerio de Educación debería generalizar como enseñanza de la historia y de la paz, con el apoyo de las nuevas instituciones del Sistema de Verdad, Justicia y Reparación y No Repetición.
ÓSCAR SÁNCHEZ
* Coordinador Nacional Educapaz
Óscar Sánchez
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