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Los días del lechero

La gente se acostumbró a aprovechar su cuarto de hora en cualquier nómina para conseguir plata.

Patear los códigos se ha convertido en pan de cada día. Es la moda, como agrandarse los cuartos traseros. O meter contaminado basa por róbalo en los restaurantes.
Estoy revisando mi prontuario porque dudo de que no haya hecho méritos para tener la casa por cárcel gracias a abogados talentosos que tienen la oficina ametrallada de diplomas.
Todos los días salta al ruedo un corrupto más o menos encopetado. Hay una debilidad especial por lucir el traje a rayas del encanado. A más de uno como que les encantan los barrotes de la prisión, tener a los parientes y amigos íntimos haciendo cola para que les hagan cosquillas en las partes pudendas en días de visita en las cárceles.
La gente se acostumbró a aprovechar su cuarto de hora en cualquier nómina para conseguir plata “como sea, mija, pero consígala”. Lo que más impacta es que estos nuevos tumbadores son los más educados y los que menos tendrían necesidad de hacer trampas para vivir sin problemas de chequeras. No tienen embolatado el almuerzo en tres reencarnaciones.
Y eso que nadie se puede poner dos trajes al tiempo, como tronaba el padre García-Herreros desde su pragmático púlpito televisivo. Y los ricos aflojaban el billete y quedaban cual modelo de pasarela para pasar relajados por el ojo de la aguja. Y pa’ ‘piores’, los del gajo de arriba, en las altísimas cortes, como que operan con este criterio: ¿y usted le va a salir a todo un expresidente de alguna corte o a un encopetado magistrado con chichiguas de 300 o 400 millones?
Respetico, señores, con la majestad de la justicia: que sean dos mil o tres mil millones. Mejor dicho, como decía don Tomás Rueda: la gente primero se enriquece y después se honradece. Con lo rico que es ir por la vida con la certeza de que si tocan a la puerta de tu casa en la madrugada es el lechero, no la policía. Algo parecido como que dijo Churchill, al que ahora le pongo papel carbón.
Para no pasar de agache por la vida en materia de propuestas salvadoras, y ya que el Papa no lo hizo, sugiero volver a la ingenuidad del ‘Catecismo’ del padre Astete y a la rigidez de la ‘Urbanidad’ de Carreño.
Colombia se jodió cuando estos libros fueron barridos de la biblioteca. Dios nos coja confesados.
ÓSCAR DOMÍNGUEZ GIRALDO
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