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La cuchedad (2)

Envejecer es tener más ganas de vivir y menos tiempo para demostrarlo.

“Decíamos ayer...” que no es malo conjugar el verbo envejecer porque es la prueba reina de que hemos vivido.
Aunque un adagio polaco sostiene que ‘la vejez no le salió del todo bien a Dios’.
No sé si la noticia es buena, pero al final terminamos pareciéndonos a nuestro perro. Le sucedió al viejo Salamano de la novela de Camus. Confieso que hago cursillo acelerado para chihuahua, el diminuto y nada “mísero can” que vino a engrosar la familia.
Así como de niños sentimos en algún momento que hacemos parte del planeta tierra, llega el momento de sentir que hemos empezado a desaparecer.

Bienvenidos, códigos de barras, arrugas, pategallinas..., que demuestran que el tiempo –no solo Dios– hace lo que le da la gana con nuestro rostro.

Y no solo gracias al alzhéimer, que tiene sus ventajas: todos los días conocemos gente distinta. Lo decía un escéptico señor alemán... que no es el de siempre. Empezamos a tener más amigos en el cementerio que en la mesa de los jubilados donde “siempre hay sitio para alguien más”. Con la vejez llegó el momento de dar esos consejos que jamás habríamos seguido.
Bienvenidos, códigos de barras, arrugas, pategallinas..., que demuestran que el tiempo –no solo Dios– hace lo que le da la gana con nuestro rostro.
La policía ya no nos pide papeles. Solo el cajero, por dictadura del mandato bancario, nos exige que demostremos que somos nosotros y no una fotocopia que remplazó el papel carbón.
Envejecer es tener más ganas de vivir y menos tiempo para demostrarlo.
La vejez es la época en que lo conocen más las enfermeras que las ‘conejitas’ que alguna vez le sobaron el pescuezo en el bar. A estas alturas del partido tenemos más insomnios que sueños, más amnesias que recuerdos.
El bisturí ha extirpado presas colgantes que estorban. Antes eran parte de la lúdica erótica. Diversas prótesis han remplazado piezas originales. Morimos en cómodas cuotas mensuales que pagamos con el recibo de la luz. Un encanto de la edad acumulada: ya no tenemos necesidad de mentir. Tiene razón el grafiti: cuando tenía todas las respuestas me cambiaron las preguntas.
Nos tuteamos con proctólogos, urólogos, neumólogos y demás ‘ólogos’ de la prepagada, la EPS o su majestad el Sisbén. La vejez es democrática a morir, no respeta pinta. Andropáusicos y ‘proustáticos’ sin remedio, ya no nos creemos tan inmortales como presumíamos.
El cascarrabias del Mark Twain nos dejó tarea: vivir de tal modo que lo lamente hasta el dueño de la funeraria...
ÓSCAR DOMÍNGUEZ GIRALDO
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