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Lo cortés no quita lo valiente

En todos los ámbitos se volvió una virtud ser intolerante con el contendor.

Moisés Wasserman
El título de esta columna es un refrán que pasó de moda. Se ha impuesto lo contrario; lo cortés es ingenuo, es pusilánime, es pequeñoburgués. En las discusiones hay que ir a la yugular del contendor: ¿para qué perder el tiempo con argumentos si un buen insulto termina el trabajo más rápido? En todos los ámbitos, a veces incluso en la academia, se volvió una virtud ser intolerante con el contendor, quien por sus ideas debe pertenecer a uno de dos grupos: o es imbécil o es corrupto.
La norma hoy es la de ser un crítico despiadado. Crítico que, según lo que decía Mark Twain, tiene como símbolo el escarabajo pelotero, cuyos huevos no dan fruto si no los entierra en el estiércol de otro. Aquel que comparte las ideas del crítico pero no su actitud agresiva tal vez no sea calificado de corrupto, pero sí de imbécil.
Esa forma de discutir es, en mi opinión, equivocada e ineficiente. Equivocada porque parte de la base dudosa de que uno tiene toda la razón y no hay nada aprovechable en los pensamientos del otro. Muy ineficiente porque conduce inevitablemente a un callejón sin salida. No hay forma de convencer a alguien a quien se desprecia y maltrata, no hay forma de llegar a consensos pacíficos; se impondrá la fuerza. En la democracia, el intolerante empezará con votos, pero al final, de todas formas, empleará la fuerza. Quien va a la discusión con la intención de aplastarle la cabeza al contendor no estará en buena posición para protestar cuando un poderoso decida aplastar la suya. Está cayendo en la trampa de volver normal aquello que debe ser condenable.
Esta forma de discutir no es exclusivamente nuestra, la vemos por todas partes. Se ha escrito bastante al respecto, y no son ingenuos ni pusilánimes los que lo han hecho. Un filósofo reconocido hoy, Daniel C. Dennett, aborda el problema en su libro Bombas de intuición y otras herramientas para pensar. Se pregunta qué tan caritativo debe ser uno criticando la visión del oponente y plantea vías para ser crítico no queriendo aplastar, sino tratando de acercarse a la verdad. No para estar en lo correcto a todo costo, sino para comprender y avanzar en un entendimiento colectivo. Propone cuatro pasos para construir la crítica: 1) describir la posición de quien se quiere refutar en forma tan precisa que el oponente diga que no podía haberlo expresado mejor; 2) decir en qué está de acuerdo con su contendor; 3) mencionar lo que haya podido aprender de él, y 4) ahora sí, refutar sus ideas convincentemente. Los puntos de Dennett, más que una ingenuidad utópica, son una estrategia psicológica para que el oponente sea receptivo a su crítica y la discusión avance.
Ideas complementarias se pueden encontrar en el libro La mente de los justos: por qué la política y la religión dividen a la gente sensata, del psicólogo social Jonathan Haidt. Usa como epígrafe de su obra una cita de Baruch Spinoza, quien dice que se ha esforzado por no reír ni llorar, por no odiar las acciones humanas sino, más bien, entenderlas.
Afirma Haidt que la política y la religión son expresiones de una psicología moral subyacente en los humanos y que comprender esa psicología es importante para unir a la gente. Los humanos nos vinculamos a grupos que comparten narrativas morales, y, una vez que estas son aceptadas, quedamos ciegos ante mundos morales alternativos. Si queremos entendernos y conocer nuestros límites y nuestras potencialidades, deberíamos abandonar pretensiones de virtud superior para analizar con mente abierta el juego que todos estamos jugando.
Lo cortés, entonces, será reconocer en el otro una visión de mundo diferente y aceptar que la contradicción se debe resolver con el poder de los argumentos, no con la agresión y la fuerza.
@mwassermannl
Moisés Wasserman
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