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Tumbar a Maduro

Los militares venezolanos –no los extranjeros– deben encargarse de derrocar a Maduro.

Mauricio Vargas
Se agotó el tiempo: urge actuar contra el dictador venezolano Nicolás Maduro y su régimen. Cuando aún conservaba las formas de un Estado de derecho, el gobierno del sucesor de Hugo Chávez gozaba de una cierta legitimidad y hablar de tumbarlo resultaba impresentable. Pero, tras perder las elecciones parlamentarias a fines de 2015 y quedarse sin mayorías en el Legislativo, Maduro se llevó por delante lo que quedaba de institucionalidad, reemplazó el Congreso por una constituyente de bolsillo y se dedicó a encarcelar –e, incluso, torturar y matar– a líderes opositores. Y entonces, su condición de sátrapa corrupto abrió a discusión todas las salidas.
A la absoluta pérdida de legitimidad del régimen se suma el cuadro económico, social y de violencia de un país que, gracias a las mayores reservas de petróleo del planeta, podría pertenecer al primer mundo, pero, en cambio, tiene a su pueblo hundido en la miseria. La pobreza, que a inicios de la era Chávez cayó por debajo del 25 % de la población, se disparó en los años recientes a la aterradora cifra del 87 % –tres y media veces mayor que la de Colombia–, según una encuesta de las principales universidades venezolanas. La inflación pasará este año del 13.000 %, y el producto interno caerá un 15 %.
El salario básico mensual, de 37 dólares (incluidos los bonos de ayuda del Gobierno, que suelen extraviarse por el camino), apenas alcanza para comprar un kilo de carne; eso en el supuesto de hallarlo en el mercado, pues la escasez de productos alcanzó niveles de epidemia. La falta de medicinas afecta el 85 % de las necesidades, y en casos como el VIH o el cáncer llega al 95 %. Según una ONG médica, en los hospitales falta casi el 80 % del material quirúrgico.
Con cerca de 90 homicidios anuales por cada 100.000 habitantes –casi cuatro veces más que Colombia–, Venezuela está hoy en el podio de los países más violentos del planeta. Todo esto mientras el saqueo de los bandidos chavistas ha esfumado más de 500.000 millones de dólares de la bonanza petrolera, y la ineficiencia y la corrupción administrativa de la petrolera estatal PDVSA llevó a una caída de la producción de 3,2 millones de barriles diarios, a menos de 1,5 millones.
La represión a los opositores, la persecución a los periodistas que se atreven a denunciar –como el brillante e inolvidable Teodoro Petkoff, quien acaba de fallecer– y la actuación impune de bandas paramilitares del chavismo son el pan –el único– de cada día. No es de extrañar que en menos de dos décadas de socialismo del siglo XXI hayan salido del país casi cuatro millones de personas, un millón de las cuales llegaron a Colombia en los años recientes, arrastrando muchos su dolor y su miseria.
Tumbar a Maduro está más que justificado. La Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948 reconoce en su prefacio el “supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión”. Pero además, el artículo 350 de la Constitución promulgada por Chávez consagra: “El pueblo de Venezuela (...) desconocerá cualquier régimen, legislación o autoridad que contraríe los valores, principios y garantías democráticos o menoscabe los derechos humanos”.
No hace falta una intervención extranjera –inconveniente, pues le daría a Maduro la oportunidad de arroparse en el nacionalismo–. Como sugirió la exiliada ex fiscal general, Luisa Ortega, los militares venezolanos pueden acudir al artículo 350 para tumbar el régimen y, de paso, limpiarse las manos de su complicidad con esta tiranía mafiosa y narcotraficante. Ese es el mensaje que los gobiernos de la región y del mundo deben enviarles a los altos oficiales para que se decidan a sacar a Maduro, a su cómplice Diosdado Cabello y a todos los capos, narcos y ladrones de la camarilla chavista.
MAURICIO VARGAS
mvargaslina@hotmail.com
Mauricio Vargas
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