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¿Qué ocurre con Santos?

Cuando debería vivir el cenit de su mandato, Santos escucha más rechiflas que aplausos. ¿Por qué?

Durante sus casi siete años en la Casa de Nariño, Juan Manuel Santos soñó cada noche con este momento: la entrega por parte de las Farc de su armamento y su conversión de grupo violento en movimiento político. Imaginaba el Presidente que eso marcaría el cenit de su doble mandato, le ganaría el aplauso de la gran mayoría de los colombianos y le aseguraría un puesto entre los mandatarios más importantes de la historia.
Sin embargo, y a pesar del innegable valor del éxito más trascendental del proceso con las Farc, la escena se ve diferente. Según las encuestas, más que el cenit parece el ocaso de la era Santos, solo el 24 % de los entrevistados por el Gallup Poll lo apoyan, y, a estas alturas, la única apuesta que el Presidente tiene opción de ganar es la de la historia.
Hay algo de injusticia en esto. Cuestiono aspectos clave de los acuerdos de La Habana y de su desarrollo normativo, pero no hay duda del logro alcanzado: el grueso de las Farc –quedan muchos mandos medios reconvertidos en bandas criminales– ha dejado la guerra. Y aun así, Santos no consigue sintonizarse con la opinión pública.
¿Qué le pasó? Las explicaciones varían. El prestigioso semanario The Economist dijo hace meses que Santos es “estructuralmente impopular”, como si hubiese algo en su estilo que indigne a la mayoría de la gente. Es posible también que el haberse sentado a negociar con las Farc, una organización criminal causante de mucha muerte y detestada por millones de colombianos, haya hecho destinatario al Presidente de buena parte de esa rabia.
Pero, por sobre todo, Santos está pagando el costo del gran pecado que cometió desde cuando, seis meses después de iniciar su primer mandato, comenzó a contestar una a una las críticas de su antecesor y antiguo mentor, el expresidente Álvaro Uribe, y a hacerlo en el mismo tono agresivo que usaban el exmandatario y sus seguidores.
Al casar una pelea diaria y con frecuencia plagada, desde ambas orillas, de medias verdades, mentiras enteras, insultos y muchísima bajeza, el Presidente se hizo daño en dos frentes. El primero, que mientras lucía como un pacifista generoso y tolerante frente a un grupo que había matado, secuestrado y narcotraficado por décadas –tanto como sus émulos, los paramilitares–, se presentaba como agresivo e intolerante frente a la oposición. La inconsistencia de esa doble cara le pasó factura.
El segundo daño resulta menos obvio pero no menos costoso. Cuando un líder contesta cada ataque de su antagonista, le entrega a este el manejo de la agenda del debate. Por eso, desde principios de 2011 y gracias a la decisión de Santos de responderle, Uribe ha puesto casi siempre los temas de discusión y el Presidente, al contestarle, le ha hecho el inmenso favor de validarlo. Incluso el tema de la paz, propuesto por Santos, terminó en manos de Uribe, quien se adueñó de las críticas a un proceso siempre discutido.
Muchos santistas y muchos antiuribistas no santistas han ayudado, con sus ataques constantes al exmandatario, a convertir a Uribe en la referencia obligada del debate. La obsesión del país con Uribe –nunca vista con un expresidente–, lo mismo de quienes lo apoyan que de quienes lo odian, fue estimulada por Santos, por sus seguidores y por los antiuribistas. Y esa obsesión ha ayudado a Uribe y dañado a Santos, porque quien debería estar en el centro de la escena, el Presidente, se la cedió hace rato al expresidente. Por eso, y a pesar del indiscutible logro de la entrega de las armas –con todo y las dudas que subsisten–, Santos escucha hoy más rechiflas que aplausos.
* * *
Adiós. La partida de Vicente Casas Santamaría es triste para quienes lo conocimos y compartimos con él su inteligencia, su buen humor y su bonhomía.
MAURICIO VARGAS
mvargaslinares@yahoo.com
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