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Despacito

La baja en homicidios, rápida en la década pasada, va cada vez más lenta: ¿se agotó la estrategia?

Mauricio Vargas
Varios días antes de terminar el año, y con las cifras sin consolidar, el ministro de Defensa, Luis Carlos Villegas, se pavoneó con la noticia según la cual 2017 era el año con la más baja tasa de homicidios desde 1975: 22 por cada 100.000 habitantes. A no dudarlo, es una buena nueva, pero, aunque me acusen de aguar la fiesta, me parece necesario revisar con cuidado estos números y valorar su verdadero alcance. El propio Villegas ya lo tuvo que hacer. La tasa de 22 homicidios la anunció en Mitú, el 17 de diciembre. Con las cifras mejor analizadas, corrigió su cálculo y el 26 de diciembre dijo que la tasa del año terminaría “por debajo de 24 homicidios por cada 100.000 habitantes”.
En 2016 hubo en Colombia 11.750 homicidios, una tasa unas décimas por encima de los 24 por cada 100.000 habitantes. Al corte del 25 de diciembre, el total de 2017 era de 11.430, 320 menos que en 2017, aunque faltaban seis días del año, lo que podría sumar 180 casos más –31 por día, que es el promedio– y que, de presentarse, convertirían la reducción de un año a otro en algo positivo pero marginal.
El pico más alto se dio en 1991, cuando la tasa alcanzó la aterradora cifra de 80, una de las mayores del mundo. Para 2002, cuando Álvaro Uribe llegó a la Presidencia, la tasa rozaba los 70 homicidios. Cuando dejó la Casa de Nariño, y tras la desmovilización de más de 25.000 hombres de la tropa paramilitar (muchos jefes siguieron delinquiendo y algunos, los más temibles, fueron extraditados) y los durísimos golpes a las Farc, la tasa había descendido a la mitad: 34 por cada 100.000 habitantes. En sus dos cuatrienios, el ritmo de descenso fue de cuatro puntos por año.
Aunque hubo un rebrote ligero en 2012, bajo el doble mandato de Juan Manuel Santos, la tasa siguió bajando hasta los 24 homicidios por cada 100.000, un poco más de un punto de descenso cada año. Si las cifras anunciadas por Mindefensa el 26 de diciembre se confirman, estaremos ante un descenso de apenas unas décimas entre 2016 y 2017. Repito: es una buena noticia, pero la reducción comienza a ser marginal. Y que el descenso de la tasa de homicidios vaya tan lento preocupa porque quiere decir que la estrategia se está agotando.
¿De qué estrategia hablo? De la que tanto Uribe como Santos aplicaron a partir de 2002: golpear a los principales grupos armados (Farc, Auc) y llevarlos a negociar su desmovilización. Las Autodefensas Unidas de Colombia, como el país las conoció hace década y media, dejaron de existir, aunque subsistan muchas bandas criminales que heredaron sus negocios, principalmente la cocaína, la minería ilegal y el saqueo de las finanzas públicas regionales. Las Farc, tal y como el país las conoció por décadas, también desaparecieron, aunque les sobrevivan disidencias convertidas en bandas organizadas dedicadas a los mismos negocios que los exparamilitares.
Terminada la guerra contra esos grandes grupos, protagonistas de varias décadas de sangre en vastas zonas del país, quedan aún más de 11.000 homicidios al año y una cifra de poco menos de 24 por cada 100.000 habitantes, que cuadruplica la tasa mundial de 6. Hay mucho por hacer, y aunque la negociación con el Eln tuviese éxito –lo que cada día parece más dudoso–, eso apenas bajaría la tasa unas décimas más.
El resto es la muerte que causan las bandas criminales, las riñas de cantina, la violencia de género, el robo de celulares y un paquete variado de conductas delictivas que ni la Policía ni el aparato de justicia están preparados para enfrentar. La tasa de homicidios sigue bajando, pero lo hace despacito, despacito. El próximo presidente de la República está obligado a repensar la estrategia e introducir nuevas tácticas para que la reducción anual vuelva a ser significativa.
MAURICIO VARGAS
mvargaslina@hotmail.com
Mauricio Vargas
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