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‘La novia del zar’ y ‘Fausto’

Es un regalo conocer un teatro de arquitectura reciente, diseñado como instrumento musical.

Martha Senn
Es un regalo de la vida conocer un teatro de arquitectura reciente, diseñado como un precioso instrumento musical, con la inspiración de la madera de los bosques rusos y de su joya vegetal más preciada: el ámbar. Y aún más, escuchar allí mismo una ópera rusa.
Se trata del Teatro Mariinsky II, que abrió su quinta temporada de ópera en San Petersburgo, el pasado 10 de septiembre, con la presentación de la obra del compositor Nikolai Rimsky-Korsakov (1844-1908) ‘La novia del zar’. La fuerza del talento artístico, unida a esta notable partitura de melodías basadas en canciones populares rusas, llevó al público a momentos hipnóticos.
Fue dirigida por el maestro Valery Gergiev y en escena, por Alexander Kuzin, quien respetó por completo el espíritu de la cultura y la historia rusa de la época. Se refleja en la obra la arbitrariedad del poder zarista de Iván el Terrible, quien decide tomar mujer y escoge a Marfa, “cuya belleza enloquecía”. Ella, a su vez, ama ya a Lykov, el dulce jovenzuelo de la obra.
Durante un efecto escénico apenas perceptible, ya que al poderoso tirano no se lo ve en ningún momento, el drama, por supuesto, sucede: Grigori Griaznoi, el protagonista, miembro de la guardia personal del zar, con poder absoluto sobre la vida y la muerte de todos, se enamora de la joven, sellando así su camino hacia la destrucción.
En esta tragedia de amor, celos, poder y odio, la inocente Marfa resulta envenenada por la venganza de Liuvacha, una de las interpretaciones vocales más complejas de la lírica, en esta ocasión cantada por la ‘mezzosoprano’ Yulia Matochkina, quien interpreta de manera perfecta un lamento a capela, o sea sin ningún acompañamiento de orquesta, reflejo de su tormenta emocional, que dura casi diez minutos y fascinó por completo al público.
La belleza inolvidable de esta puesta en escena contrasta con el estreno de la temporada de ópera del Palacio Real de Madrid, el pasado 19 de septiembre, con la ópera ‘Fausto’, de Charles Gounod (1818-1893), basada en la novela de Johann von Goethe.
Del público-pueblo de San Petersburgo se pasa a la realeza española con sus nobles, en el pequeño palacio lleno hasta el tope. Aplausos iniciales para Juan Carlos y Letizia al ingresar al palco real y para el himno de España, interpretado por la Orquesta Sinfónica de Madrid, dirigida por Dan Ettinger, quien presentó también el sartal de las preciosas melodías que tejen esta ópera, en el mejor estilo de la lírica francesa.
Buenos solistas, ninguno extraordinario, salvo el Siebel de la napolitana Serena Malfi, cumplieron las intenciones del reconocido director de escena español Álex Ollé. Una aproximación escénica que pretende demostrar que en cada uno de los seres humanos hay un Fausto, ansioso por conservar la juventud y la capacidad de enamorarse de nuevo, en su caso, de Margarita, figurada como una estudiante, con pelo azul, medias rodilleras y minifalda, y un Mefistófeles roquero y rapero dispuesto a corromper las almas, para adueñarse de ellas en el infierno.
Cada personaje se mueve en la escena como si se tratara de una propuesta literaria a manera de cómic, dibujos que ahora son bien editados. Hay variedad: científicos, futbolistas, bailarinas, prostitutas, inmensos títeres humanos, gente normal de la calle, niños, jóvenes universitarios, ancianos, todos ellos susceptibles de ser encandelillados por las promesas del maligno.
¿Se logró con la actuación, la surrealista escenografía, la exageración del vestuario y las luces psicodélicas el propósito planteado por el director catalán y su grupo creativo? Más bien, sus componentes de engañosa distracción fueron exagerados y tendientes a mermar la belleza musical de esta obra, si es que ello fuera posible.
MARTHA SENN
Martha Senn
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