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Europa debe pensar por sí misma

Los europeos deben cooperar con EE. UU., pero no si eso implica subordinar sus propios intereses.

Mark Leonard
Donald Trump es el primer presidente estadounidense que piensa que el orden mundial liderado por Estados Unidos menoscaba los intereses de su país. Pese a los beneficios evidentes que le reporta a EE. UU., Trump está convencido de que el orden actual beneficia a China todavía más; y temeroso del ascenso de China a la condición de nuevo polo del poder global, Trump lanzó un proyecto de destrucción creativa para eliminar el viejo orden y establecer otro más favorable a EE. UU.
Trump quiere lograr este objetivo relacionándose con los otros países en forma bilateral para negociar siempre desde una posición de fuerza. Ha mostrado particular desdén por los aliados tradicionales de EE. UU., a los que acusa de aprovecharse del sistema actual, y que además se interponen en su carrera destructiva. Además, no tolera a los organismos multilaterales que fortalecen a países más pequeños y débiles en relación con el suyo.
Siguiendo la estrategia de “Estados Unidos primero”, Trump ha dedicado la presidencia a debilitar instituciones como la Organización Mundial del Comercio y abandonar arreglos multilaterales como el Acuerdo Transpacífico (ATP), el pacto nuclear con Irán y el acuerdo de París sobre el clima. Y dada su rapidez para generar nuevos conflictos, a los otros países se les hizo difícil seguirle el ritmo, y ni hablar de formar alianzas eficaces para oponérsele.

La conducta de Trump fue tan sorprendente que algunos altos funcionarios europeos ahora se preguntan si los aliados de EE. UU.

Estas últimas semanas, Trump puso en la mira directamente a la Unión Europea. Como observó hace poco Ivan Krastev, del Instituto para las Ciencias Humanas de Viena, la UE se enfrenta ahora a la posibilidad de convertirse en “guardián de un ‘statu quo’ que ha dejado de existir”. En mi carácter de atlanticista y multilateralista comprometido, me duele admitir que tiene razón. Ha llegado la hora de que Europa redefina sus intereses y elabore una nueva estrategia para defenderlos.
Ante todo, los europeos tienen que empezar a pensar por sí mismos, en vez de supeditarse al aparato de política exterior estadounidense. La UE tiene un claro interés en preservar el orden basado en reglas que Trump pretende derribar; y sus intereses en relación con Medio Oriente (en particular Turquía) e incluso con Rusia son cada vez más divergentes de los de Washington. Por supuesto, los europeos deben tratar de cooperar con EE. UU. siempre que sea posible; pero no si eso implica subordinar sus propios intereses.
Los europeos también deben empezar a invertir en autonomía militar y económica, no para romper con EE. UU., sino para cubrirse contra el abandono que este país está haciendo de sus compromisos. Felizmente, ya hay en las capitales europeas un vigoroso debate sobre aumentar el gasto nacional de defensa al 2 por ciento del PIB; y tanto el marco de “cooperación permanente estructurada” (Pesco, por la sigla en inglés) de la UE cuanto la nueva “iniciativa de intervención europea” (EI2) del presidente francés Emmanuel Macron son pasos en la dirección correcta. La pregunta ahora es si es posible extender la ‘force de frappe’ de Francia (su capacidad de ataque nuclear y militar) para ofrecer al resto de la UE un elemento de disuasión creíble.
En el frente económico, Europa enfrenta un dilema entre sus valores y sus intereses comerciales. El exministro de Asuntos Exteriores belga Mark Eyskens describió a Europa como “un gigante económico, enano político y gusano militar”. Pero ahora Europa corre riesgo de volverse también un enano económico. El hecho de que EE. UU. pueda amenazar con imponer sanciones secundarias a las empresas europeas que hagan negocios con Irán es profundamente preocupante. Si bien la UE se ha alzado en defensa del derecho internacional, sigue cautiva de la tiranía del sistema dólar.
Con vista al futuro, la UE necesita mejorar su poder negociador frente a otras grandes potencias como EE. UU. y China. Si Trump quiere darle a la relación transatlántica una naturaleza más transaccional, entonces la UE tiene que estar dispuesta a usar áreas de política distintas como herramienta de negociación. Por ejemplo, cuando hace poco el Departamento de Defensa de los EE. UU. solicitó al Reino Unido el envío de más tropas a Afganistán, un ejemplo de una respuesta firme de la UE sería negarse a enviar refuerzos hasta que EE. UU. descarte las amenazas de imponer sanciones secundarias a empresas europeas.
Además, Europa necesita elaborar una estrategia de vinculación política con el mundo. Se supone que el G7 es el guía de Occidente, pero en la última reunión en Quebec se mostró profundamente dividido. La conducta de Trump fue tan sorprendente que algunos altos funcionarios europeos ahora se preguntan si los aliados de EE. UU. deberían formar una alianza independiente de medianas potencias, para no ser aplastados en el choque entre una China en ascenso y un EE. UU. en declive. En un mundo cada vez más transaccional, un nuevo G6 puede servir de defensa al sistema basado en reglas.
¿Pero es la UE capaz de presentar un frente unido? La fractura del bloque en tribus políticas distintas facilita cada vez más a otras potencias aplicar una estrategia de dividir y dominar; Rusia la usa hace mucho, y ahora también China y EE. UU. la están adoptando. Por ejemplo, en el 2016, los estados meridionales y orientales de la UE dependientes de la inversión china consiguieron diluir una declaración conjunta del bloque sobre las incursiones territoriales de Beijing en el mar de China Meridional.
Sobre esos mismos países opera rutinariamente Trump para sembrar divisiones en el bloque. Por ejemplo, se dice que funcionarios del Departamento de Estado dieron a entender a Rumania que EE. UU. hará la vista gorda ante violaciones del Estado de derecho a cambio de que Bucarest se diferencie de la UE y traslade su embajada en Israel a Jerusalén. Tácticas como esta serán una tentación permanente para el gobierno de Trump, en momentos en que la relación entre EE. UU. y la UE ya es tensa.
No está claro cómo debe responder la UE. Una posibilidad sería imponer costos más altos a los países que se aparten del bloque en temas de política exterior; o invertir más en seguridad, para que incluso los países de la periferia perciban que debilitar la cohesión de la UE puede perjudicarlos. Otra posibilidad sería llegar a un acuerdo con los Estados miembros, consistente en flexibilizar la posición del bloque en asuntos de política interna a cambio de cooperación en política exterior.
Cualquiera sea la decisión, la UE necesita urgentemente recalcular su rumbo. En vez de mostrarse perpetuamente sorprendida y escandalizada por los agravios de Trump, Europa debe elaborar una política exterior propia con la cual confrontar la conducta del presidente estadounidense.
MARK LEONARD
* Es el director del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores.
Copyright: Project Syndicate, 2018.
Mark Leonard
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