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De lo urgente a la caricatura

Detrás del microtráfico campean por las ciudades toneladas de droga que no se ven.

María Isabel Rueda
Fue promesa de campaña de Duque, y la va a cumplir: mediante un decreto que aún es borrador, la policía quedaría facultada, cuando advierta la posible tenencia o porte de sustancias psicoactivas ilícitas en dosis consideradas de uso personal, para proceder a decomisarlas y a destruirlas.
La policía, luego de oír en descargos al presunto infractor, lo cita a un proceso verbal inmediato. Y si es encontrado responsable, procederá a imponerle la medida correctiva de destrucción del bien.
Hasta ahí, uno diría que la vaina está divinamente encaminada. Que el presidente Duque quiere extender al máximo el brazo protector del Estado para sacar la droga de las calles de Colombia, de las esquinas de los colegios, de los parques de las ciudades, como clave de la lucha contra el microtráfico, término eufemístico que viene a ser la desagregación del negocio de los grandes clanes mafiosos para descargarlo en el mercado potencial de nuestros hijos. Pero detrás del microtráfico campean por las ciudades toneladas de droga que no se ven. Las autoridades terminarían haciendo con la dosis mínima lo mismo que hoy se hace con el licor, cuyo consumo se regula por horarios, por edades, por lugares, y sus consumidores serán objeto de comparendos o multas si alteran la convivencia pacífica.
Y aquí arrancan las complicaciones de la eficacia del decreto, que incluso son caricaturizables. La primera caricatura la dibujó la jurisprudencia de la Corte Suprema, cuando habló de la ‘dosis de aprovisionamiento’. Que supuestamente son varias dosis mínimas que un consumidor cauteloso compra de una vez para todo el mes por si lo coge ocupado o con pereza o por si llueve el día que tenga que volver a donde su jíbaro. Como, obviamente, no hay criterio para diferenciar la dosis de aprovisionamiento de la mercancía que carga normalmente el expendedor, pues ahí subyace el primer problema: que se han colado el tráfico, el negocio, el delito tras la mampara de la dosis personal. Que a mala hora justificó el recordado magistrado Carlos Gaviria Díaz como parte del libre desarrollo de la personalidad, como si el ser humano fuera un salvaje que puede hacer lo que quiera sin cumplir con los deberes de interactuar con los demás.
La otra caricatura es que, como si no hiciera falta más policía que se encargue en las ciudades de funciones de la mayor envergadura y necesidad social, como son las actuaciones de las bandas criminales especializadas, aquí vamos a poner a toda la policía, todo el tiempo y en todos lados, a que adivine a ver cuál de los transeúntes tiene cara de llevar marihuana en el bolsillo para inspeccionarlo.
Otra caricatura resulta de imaginar qué hará el encartado policía con esa incautación –con grandes riesgos de que le pasen tentaciones de toda índole por la cabeza– y si el jíbaro no se pondrá feliz de recibir ese mismo día la visita del incautado para comprarle otra nueva dosis. Es decir, terminará vendiendo dos o más veces lo que antes había vendido una.
El investigador Ariel Ávila fue coautor de un libro muy completo sobre el tema, ‘Clima escolar y victimización’ (2015), que se basó en el estudio del comportamiento de 220.000 estudiantes. Sus conclusiones son que el gran consumo entre jóvenes de colegio o de universidad es primero que todo legal, como aspirar popper o mezclar medicamentos, y lo hacen de manera esporádica. Según Ávila, el mayor consumo de las drogas duras entre los jóvenes se da en los centros nocturnos de diversión, y se habla de que en particular, las reinas son dos discotecas que funcionan en Chapinero, donde se consigue de todo. Él sostiene que este decreto lo que haría más bien sería revivir las antiguas y peligrosas ollas de los barrios donde los consumidores compraban, y para evitar a la policía de una vez se quedaban a consumir, y donde ocurrían violaciones, asesinatos y desapariciones forzadas. No sería malo que el Gobierno escuchara sus argumentos.
Así como los del profesor Francisco Gutiérrez Sanín, a quien lo que más le preocupa es cómo tendrá pensado el Gobierno medir el éxito de esa política. “¿Niños salvados de la droga por mes, por año?”. Sería también sano que el Gobierno conversara con Gutiérrez Sanín.
Porque, de pronto, por bien intencionada que sea la cruzada del presidente Duque contra el micro-caso del consumo de droga, esta requiere una segunda pensada.
Entre tanto... Los de la ‘fumatón’ no imaginaron que el espectáculo que dieron le da la razón al Gobierno sobre la dosis mínima.
MARÍA ISABEL RUEDA
María Isabel Rueda
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