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Mujeres ardidas

No soy una ‘mujer ardida’, soy una víctima de acoso sexual.

Escribe Jotamario Arbeláez en su columna de EL TIEMPO ‘Ánimo, Hollman’ una diatriba en contra de las mujeres que han acusado a Hollman Morris de acoso sexual. La denuncia más grave, la de su esposa, incluye delitos de calibre mayor, como violencia doméstica. Dejaré en manos de la ley la decisión sobre la veracidad de esa denuncia. En todo caso, sí quisiera responder a la acusación del columnista cuando dictamina que Hollman Morris ha sido víctima de una conspiración del uribismo, y de “mujeres ardidas”, los cuales, según Arbeláez, intentan acabar con su carrera política. Me refiero a esa columna porque doy fe de que Hollman Morris sí ha acosado sexualmente y ha forzado a una mujer a besarlo. La víctima fui yo.
En días pasados empecé un proceso que ha sido muy difícil para mí, porque sentía que debía hablar, pero el miedo a represalias me paralizaba. No podemos olvidar que en países como Colombia, la palabra del hombre todavía vale más que la de la mujer y las leyes en materia de acoso y abuso sexual son prácticamente letra muerta.
Mencioné el episodio en el cual fui víctima, de forma sutil en Twitter. A raíz de la denuncia de su esposa, decidí que no podía seguir callando. Durante casi dos décadas he escrito sobre el silencio de las mujeres que son acosadas y abusadas en Colombia, y no me parecía coherente no denunciar mi propio caso.

Hoy hablo de ese humillante episodio sin mayor objetivo que abrirle paso al movimiento #MeToo en Colombia

El episodio con Hollman Morris fue hace ocho años, en Madrid. Yo trabajaba para el diario ‘El Mundo’ y me interesaba escribir un artículo sobre su documental ‘Impunity’. Nos reunimos en un sitio en el barrio Lavapiés y en algún momento en que yo conversaba con él, me agarró a la fuerza, me manoseó y me besó en la boca. Mi reacción fue de asco y sorpresa y lo separé de mí como pude. Yo estaba sobria y en una relación de pareja en ese momento y nunca hubo ambigüedad sobre mi razón para estar ahí. Tampoco estábamos solos, había otras personas a las que Hollman Morris conocía y había invitado. Mi presencia en ese lugar tenía el único fin de hablar con él sobre el documental.
Después de violentarme de esa manera, decidí irme de inmediato, tomé mi cartera, pero antes de salir, me cogió a la fuerza otra vez y me beso en una segunda ocasión. Salí de allí y caminé hasta mi casa, a unas veinte cuadras de allí, en el barrio La Latina.
Él mismo aceptó haberlo hecho, en una entrevista con Vicky Dávila en W Radio. Su desfachatez y la falta de control, al besarme a la fuerza frente a las personas que estaban con nosotros, me demostraron que no le importaba acosar a una mujer abiertamente ni que su esposa se enterara de ello.
El hecho me ocasionó un gran malestar, al sentirme violentada y sin la posibilidad de hablar, al dar por sentado que nadie me escucharía. Hoy hablo de ese humillante episodio sin mayor objetivo que abrirle paso al movimiento #MeToo en Colombia, un país donde incluso muchos hombres que se consideran de izquierda todavía se comportan y piensan como hombres de la más rancia derecha patriarcal. Lo escribo públicamente con el único fin, y sin mayor agenda, que estar en paz conmigo misma.
Los bogotanos decidirán si un hombre como Hollman Morris merece ser el próximo alcalde de la capital colombiana. Él mismo debería decidir entre seguir empantanando un movimiento importante como el de Gustavo Petro o dar un paso al costado y permitir que otro miembro de la Colombia Humana asuma ese importante liderazgo. Y el columnista Arbeláez debería recordar esa máxima del periodismo, según la cual se deben cotejar las versiones de ambas partes antes de dar un dictamen público, particularmente cuando se trata de un delito tan personal como el acoso sexual. No soy una ‘mujer ardida’, soy una víctima de acoso sexual y merecía que pidiera mi versión de los hechos antes de crucificarme en público.
@caidadelatorre
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