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Carta blanca al nazismo

El racismo que permea a la sociedad esperaba, silente, su turno para volver al poder.

¿Cuándo podremos decir “esto es demasiado”? ¿Qué límites ofrece la ley en Estados Unidos frente a discursos de apoyo al nazismo y a una rampante discriminación de judíos, latinos y musulmanes? Parece que la ley es mucho más flexible de lo esperado y está lejos de ponerle freno al desatado Donald Trump.
Las declaraciones desafortunadas que el presidente emitió por Twitter después de la marcha nazi en Carolina del Norte han dejado al mundo entero boquiabierto. Su desparpajo al minimizar el discurso neonazi ha sido la más clara muestra del racismo que lo caracteriza.
Sin duda sobreestimamos el sistema democrático estadounidense y asumimos que un abierto simpatizante de la supremacía blanca jamás sería presidente. No en el siglo XXI. Pero hoy Donald Trump asegura que en las marchas neonazis hay personas decentes y que en la vergonzosa marcha nazi en Charlottesville, los culpables de los desmanes no solo fueron los que cargaban antorchas sino los pacifistas que se oponían a un discurso racista.
En tan solo dos minutos, Trump cruzó esa línea imaginaria entre un discurso propio de la Modernidad y uno más cercano al racismo del siglo XIX.
A pesar del rechazo incesante de una gran mayoría de los habitantes, Estados Unidos parece seguir negando un hecho irrefutable: el racismo que permea a la sociedad esperaba, silente, su turno para volver al poder. Ese racismo no solo se manifiesta en escenarios obvios como las marchas con antorchas, sino en el letargo de la prensa, de las autoridades y de la ciudadanía y ese dañino silencio cómplice frente a los crímenes cometidos por blancos.

el concepto de equidad es apenas un ideal y donde falta mucho más que un presidente afroamericano para erradicar un racismo y una xenofobia endémicos

El discurso racista no empezó con Trump, como bien lo explica Barack Obama. El racismo siempre se ha manifestado en el sistema migratorio (haciendo casi imposible la migración legal de refugiados pobres), en las aplicaciones laborales (rechazando a aquellos que necesitan patrocinio para obtener la visa de trabajo), en la distribución de las ciudades (segregando a negros y latinos a las afueras de las ciudades) y en la estética de artistas musicales y actores (presionándolos a “blanquear” sus rasgos para obtener papeles protagónicos), entre otros.
Tal vez ese es el mayor obstáculo que debe superar la sociedad estadounidense para librarse de un antilíder como Donald Trump: debe aceptar que es una comunidad donde el concepto de equidad es apenas un ideal y donde falta mucho más que un presidente afroamericano para erradicar un racismo y una xenofobia endémicos.
La academia sería un buen punto de partida para fomentar la igualdad entre etnias, empezando por aumentar el porcentaje de docentes latinos y afroamericanos. En la actualidad, los niños de esas proveniencias son educados por maestros blancos quienes terminan imponiendo valores y formas de ver la vida ajenos a ellos. Es clave que los niños afroamericanos y latinos no sean educados solo por maestros blancos, sino latinos y afroamericanos para fortalecer su cultura y para tener como modelo para seguir a individuos como ellos. Los niños blancos, a su vez, deben recibir una educación crítica que les permita visualizar, identificar y rechazar toda manifestación de racismo.
Mientras EE. UU. siga echando debajo del tapete sus propias fallas y se siga creyendo esa fantasía de ser “el mejor país del mundo”, seguirá debilitando la autocrítica que tanta falta le hace y que hoy es la única esperanza para contrarrestar la decimonónica arremetida de los neonazis y su delirio de grandeza basado en un criterio tan risible como es el color de la piel.
MARÍA ANTONIA GARCÍA DE LA TORRE
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