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Escandalizados

Defender el aborto no me conduce a exponerlo como un camino aconsejable.

El debate sobre el aborto jamás tendrá fin y quizás el objetivo no es que lo tenga, pues los argumentos a favor y en contra son dignos de considerarse. Ya me había referido al tema aquí mismo, donde también admito que el aborto no es un anticonceptivo ni algo que deba tomarse a la ligera. (‘El pecado de abortar’, 30-6-2015). Dicho esto, quiero reflexionar un poco sobre por qué decidí contar un hecho tan privado y el estupor que eso les produjo a muchas personas.
No me siento cómoda opinando desde este palco como si la vida les sucediera a otros y no a mí; ¿por qué no quemarme junto con las mujeres que viven o han vivido algo parecido? ¿Qué pasaría si se supiera que entre todas ellas también estoy yo? Defenderlo no me conduce a exponerlo como un camino aconsejable y describirlo como “algo de no repetir” no fue precisamente invitador. Para mí se trató de decir una verdad dura, pero muy común, y observar hasta qué punto esta sociedad está preparada para escucharla. Hacerlo en primera persona tiene su costo, por supuesto.

Para mí se trató de decir una verdad dura, pero muy común, y observar hasta qué punto esta sociedad está preparada para escucharla.

A aquellos que creían que yo era una “gran mujer” y ya no, les celebro que se hayan desengañado a tiempo, pues no me interesa ese título, y menos me corresponde “dar ejemplo”, como me lo reclaman. Esa obligación la tienen los padres de familia, primeros responsables sobre la forma como quieren que sus hijos afronten asuntos tan delicados.
Me preguntaron, ¿por qué arriesgarse a que sus “seguidores” en las redes sociales disminuyan? (Vaya inquietud, a mí sí que me da vergüenza que me sigan por cualquier razón). Ahora que todos somos personajes públicos y es tan importante el número de ese activo que determina cuánto valemos, pareciera, no tanto valiente pero sí muy torpe, someterse al juicio implacable de esa sarta de desconocidos. En oposición a esto, creo que haberme mostrado en un aspecto para ellos deshonroso les conviene a ambas partes. Así, el casto público no permanecerá engañado en su altísima expectativa ni yo tampoco contaré con una admiración que no me merezco. Los que juzgan, además, tienen la oportunidad que les damos los pecadores irredentos de que moralmente se sientan superiores y eso me reconforta.
Lo que sí me urge es que por fin se den cuenta de que las figuras ejemplares son imaginarias; en su reverso existen seres humanos reales dándose golpes con su suerte, como todo el mundo. Eso sí, escandalizados, los felicito por su virtud, disfruten su cielo.
MARGARITA ROSA DE FRANCISCO
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