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Chuzo caliente, un plato típico

¿Por qué los que han perseguido el delito terminan delinquiendo?

Luis Noé Ochoa
En nuestra carta magna de la gastronomía están el ajiaco, la bandeja paisa, el cocido boyacense, el arroz con pollo, el tamal con ‘cocholate’, el mute y la pepitoria o pipitoria –algunas feministas dicen que pipitoria es machista–, o el santo de los cocineros criollos: el san cocho... Y de los políticos. Hay muchas delicias, pero se puso de moda una especie de entrada como es el chuzo caliente, o pincho para los más pinchados. Lo malo es que se ha vuelto motivo de entrada, pero a la cárcel.
El chuzo tuvo vapor nacional especialmente en el gobierno de 2009, en el que en Palacio se cocinaron frisolitos, huevitos a caballo y reelección con carnita molida en el Congreso. Acordaos, oh dulcísimos lectores, que por aquellos tiempos se presentaron las llamadas chuzaDAS del difunto DAS, que era la agencia de inteligencia del Estado.
En esos días de chuzo al gusto quisieron oír a mucha gente, entre ellos a periodistas, magistrados y magistraDAS de la Corte Suprema de Justicia, que averiguaban asuntos de compra de votos en el Congreso para la aprobación de una reelección, cion, cion, cion.
El DAS se dedicó a preparar chuzo caliente como arroz sin pollo. Las cortes fueron infiltra-DAS; se dice que hasta las queridas señoras del tinto fueron suplantaDAS por una que llevaba un micrófono en la cofia, pero la ‘cofieron’. Lo cierto es que se destapó la olla, y varios funcionarios de ese gobierno, como la directora del DAS, fueron condenados a comer ‘mazmorra’ chiquita. No tanto: a cárcel normal, o casita por cárcel.

El chuzo tuvo vapor nacional especialmente en el gobierno de 2009, en el que en Palacio se cocinaron frisolitos, huevitos a caballo y reelección con carnita molida en el Congreso.

Este fue uno de los más sonados casos, pero el chuzo ha seguido como plato del día; ya es corrientazo. Tanto que el caricaturista Jota pintó nuestro escudo, y en lugar del cóndor de los Andes puso una lechuza, pues aquí cualquiera le chuza su celular, o le chuza la espalda en ‘transmilleno’ o le chuza hasta las entrañas, como lo hacen miserables delincuentes en Bogotá, que están matando a ciclistas y peatones. Ojo, señor Alcalde, usted, que es pedalista, esconda policías detrás de los árboles. No nos dejen solos.
Pero sigamos con las escuchas ilegales o ‘hackeo’. La tecnología, que es una maravilla, mal utilizada es una pesadilla. Hay redes que abusan de las redes. Unos países escuchan a otros; unos gobiernos, a otros; unas instituciones, a otras. Muchos espían para traficar con la información, con oscuros intereses, para delinquir.
Chuzar es un placer genial, sensual, para emular a Sarita Montiel, a quien hubiera querido ‘hackear’ –no dije chuzar–, a ver si soñaba conmigo. O a Sofía Loren, o a Lady Di. Es una tentación. Aquí le escuchan a uno hasta un mal pensamiento. Es delito, y no se puede, pero uno quisiera tener oído mágico y saber si Duque está arrepentido de haber nombrado a Ordóñez en la OEA; o quisiera poder ‘hackear’ la conciencia de Uribe, a ver por qué recula tanto; o ‘hackear’ los insomnios de Maduro, a ver si le duele ver aguantar hambre a su pueblo y si ya tiene listo a dónde ir cuando lo derroquen.
Uno quisiera también ‘hackear’ a los acusados de ser chuzadores para saber la verdad. Y así mismo, a muchos que han probado el plato de la corrupción para entender cómo es que personas que se han superado, han sobresalido, se han ganado, inclusive, el respeto, terminan volviendo prontuarios sus brillantes hojas de vida. ¿Por qué los que han perseguido el delito terminan delinquiendo?
Duele que todo esté tan mal, que se hayan perdido la privacidad, la confianza, la honra. Que los valores se hayan vuelto solo económicos. Es triste que unos prefieran escuchar a los demás para vender información, antes que oír la voz de su conciencia. No sigo, que estoy chuzado.
LUIS NOÉ OCHOA
luioch@eltiempo.com
Luis Noé Ochoa
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