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‘Castrare a violatores’

Se desploma la imagen de la Iglesia católica. Que paguen con cárcel los curas violadores.

Luis Noé Ochoa
La semana que termina ha sido triste. Un bus colombiano, en un extraño viaje –que ahora la Fiscalía descubrió que llevaba droga: coca y marihuana, y en el que habían regalado pasajes para llevar caleños a una excursión–, rodó en Ecuador, y murieron 24 personas. ¿Estaban, entonces, los narcos sin freno en la curva de la muerte? Que haya justicia, pues no pueden jugar con la vida de la gente sencilla a cambio de pasar unos kilos de droga... ¿Cuántas “excursiones” más han pasado?
Esta semana se desplomó un puente en Génova (Italia), y murieron 39 personas, entre ellas un colombiano filántropo que organizaba cenas para ayudar a niños pobres de Colombia. Dios lo haya recibido con aplausos.
Y se desplomó un poco la imagen de la Iglesia católica, mi querida Iglesia, que me enseñó que Dios existe y está en todas partes. Pero, perdón, Padre mío, ¿cómo permitiste que unos 300 curas, de almas oscuras, abusaran de mil o de miles de niños y niñas en Pensilvania (Estados Unidos) durante siete décadas, sin que nadie lo descubriera? O sí: los purpurados de turno, pero miraron para el lado donde el diablo, feliz, hace shit.
Lo que se vivió allí es el infierno, bajo la ley del silencio. Hasta los vampiros de Pensilvania, o de Transilvania, se harían cruces. Según un informe de la Corte Suprema de ese estado luego de una investigación de dos años, la violación de menores era un espantoso patrón en seis diócesis. Y si alguien se quejaba, había que victimizarlo.

¿Cómo permitiste que unos 300 curas, de almas oscuras, abusaran de miles de niños y niñas en Pensilvania (Estados Unidos) durante siete décadas, sin que nadie lo descubriera?

Indigna leer la descripción de los atropellos. El círculo de curas pedófilos compartía sus víctimas. Para distinguir qué niño había caído en sus garras, le regalaban una crucecita de oro –y le echaban la bendición, imagino–. Así, el otro maldito –es una palabra que usó Dios– sabía que era presa segura. Esos prelados, además de los abusos sexuales, los obligaban a posar desnudos, en posición de Jesús en la cruz, para producir material pornográfico. Da pena la descripción de las aberraciones. Un sacerdote que embarazó a una menor la ayudó a abortar, y seguramente en la misa condenó el aborto. Válgame Dios.
Y tenían un manual de instrucción para ocultar la verdad, con eufemismos. Por ejemplo: “Nunca diga violación, sino contacto inapropiado”. ¡Tan decentes! Hubo más de mil contactos inapropiados, que se suman a los que calló el cardenal Bernard Law en Boston, o a los de Chille, donde renunciaron todos los purpurados. Y a muchos más en el mundo.
Este jueves, el Vaticano pidió perdón, dijo sentir “vergüenza y dolor” y calificó de “criminales” los abusos. Y agregó que la Iglesia debe aprender de las duras lecciones. Ya que el papa Francisco está en ese tono, que envíe a los pederastas a la justicia terrenal, que no permita que tan solo los trasladen de parroquia. Porque lo que han hecho es jugar con la fe, la dignidad y la vida de seres inocentes, a quienes marcaron por siempre y les malograron su vocación. Pues si en alguien confía uno es en el investido con los atuendos de su fe. Un crimen que no tiene perdón de Dios. Y jugaron también con la misma Iglesia.
Es doloroso que paguen justos por pecadores, sí. Porque hay millares de sacerdotes llenos de fe, sin mancha, confiables, que practican la caridad y los mandamientos de Dios al pie de la letra. Ellos deben ser ángeles de la guarda y denunciar. Porque hay que dejar muchas cosas en manos de Dios, casi todo. Pero delitos como estos deben quedar en manos de la justicia terrenal. Que paguen con cárcel los curas violadores. Y castrare, como hacía antes la Iglesia para que los jóvenes conservaran la voz aguda, o contralto. Cruel también. Ahora, contrabajo, necesitamos justicia. No perdamos la fe en ello, papa Francisco. La pediré mañana en la misa.
LUIS NOÉ OCHOA
luioch@eltiempo.com
Luis Noé Ochoa
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