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Bailando sobre los muertos

Venezuela arde y Maduro se zandunguea sin ton ni son. Su revolución no sabe de democracia.

Cada día se agrava más la situación de Venezuela. Lo que vimos el miércoles es el triste retrato de lo que allí se vive. Las fuerzas del orden reprimían con una violencia feroz a los manifestantes, donde un joven de 18 años murió de un disparo de balas de goma en el cuello, a quemarropa; otro corría, en llamas, y tal vez muera; una tanqueta pasó por encima de otra persona, que está grave, y cuatro diputados fueron heridos. Mientras tanto, Nicolás Maduro bailaba en una tarima, güepajé, como si no le importara. Maduro baila sobre los muertos.
Y para colmo, baila mal, no a ritmo de salsa, sino de salva, con una alegría forzada, donde los pies no pueden con el peso de la conciencia. Tiene más swing una tanqueta que él. En vez de decirle “¡sabor!”, alguien debió exclamar “¡dictador!”. Güepajé.
Y en otro lado, Diosdado Cabello, para calmar una versión de que Leopoldo López estaba en estado crítico de salud, daba una prueba de supervivencia, como las que envían los secuestradores. Y no permiten que su familia ni sus abogados lo vean hace un mes largo, eterno. La esposa de López, la valiente Lilian Tintori, dice que el video es falso y pide que la dejen ver a su esposo. ¿Por qué no, Maduro? ¿Los derechos humanos no son música para sus sentidos?
En Venezuela lo que más se consume son máscaras y gas. Las imágenes que hemos visto son tremendas. Millones de personas en marchas de silencio, en plantones, gente sangrante; aquella joven inocente que fue acribillada por la guardia, llegando a su casa; mujeres con sus hijos llorando por el gas; una señora, inerme, enfrentada a un tanque; el hombre desnudo, ante otro tanque, valiente, dispuesto al sacrificio, solo para gritar: “¡No lancen bombas!”.
Venezuela arde y Maduro se zandunguea sin ton ni son. La revolución bolivariana no sabe el ritmo de la democracia. Maduro, que evadió las elecciones regionales y de gobernadores, ahora también baila sobre la tumba de Hugo Chávez y propone otra Constituyente que lo atornille en el poder.
Mientras él está de rumba, el país se derrumba. Ya van 33 muertos y centenares de heridos y presos. No hay libertades, ni prensa libre ni comida. La gente busca alimentos en la basura, la inflación baila en el 720 por ciento. Como escribió el editor internacional de este diario, Eduard Soto, en un completo análisis el pasado domingo sobre por qué no cae Maduro: “Un 8 por ciento reconoce que ha recogido de los desperdicios para comer”. Qué tristeza. Y Maduro, gordito, güepajé.
Él no cae, según Soto, porque “cuenta con las armas, con los recursos del Estado y con los servicios de inteligencia”. Y tiene “el apoyo irrestricto de la Fuerza Armada Nacional”. Claro, los oficiales del Ejército tienen 11 ministerios. Y cooptó al Tribunal Supremo de Justicia y al Consejo Electoral.
Pero no tiene al pueblo (20 por ciento de popularidad comprada). Y no tiene razón. Señores militares, señores del Tribunal y del Consejo, algo de humanidad, una posible riqueza manchada de sangre y dolor es una deshonra y una herencia infeliz para los suyos. En la calle están su pueblo, su raza, sus vecinos de barrio, parientes, atropellados, pero dignos, clamando justicia. Señores militares, Venezuela es grande, no la dejen en manos de un grupo que usufructúa el poder a un precio de dolor y sangre de la gente. No siembren más odio y salgan de esa fiesta. En sus manos está que haya elecciones limpias. Esa es la salida de Maduro. Y la de su país.
En todos los países vecinos tenemos que manifestarnos con pañuelos blancos por el pueblo de Venezuela; enviemos mensajes y ayudemos a los que llegan. La fiesta tiene que ser democrática.
LUIS NOÉ OCHOA
luioch@eltiempo.com.co
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