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El retorno de lo político

Es un error creer que disentir y expresar diferentes visiones de país sea sinónimo de polarización.

Luciana Cadahia
Los argumentos de algunos referentes de la cultura como Héctor Abad Faciolince, Melba Escobar o La Silla Vacía han insistido en sostener la creencia de que en estas elecciones Colombia está polarizada y que tanto Petro como Duque expresan dos extremos peligrosos. Lo primero que me gustaría decir es que esta forma de argumentar es en realidad una fórmula vacía utilizada en otros países de la región y Europa para generar miedo entre los votantes y neutralizar el entusiasmo político de las ciudadanías.
Si bien es verdad que no hay nada novedoso en esta fórmula, lo cierto es que sí logra generar cierta atmósfera que impide pensar políticamente. A tan solo un día de las elecciones, considero que es importante abandonar estas formas de enunciación personalista, ofrecer argumentos políticos para comprender lo que hay en juego y no confundir politización con polarización. La falacia de la polarización es considerar que existen dos extremos diametralmente opuestos y en pie de igualdad, omitiendo la asimetría que el escritor Giuseppe Caputo explicó con suma claridad cuando conversó con Melba Escobar para la revista Arcadia.
La diferencia entre los homosexuales y los homofóbicos, entre las culturas negras e indígenas y los racistas, entre las feministas y los machistas no es simplemente una serie de desencuentros que pueden ser consensuados entre las partes. Y esto es así porque los homofóbicos, los racistas y los machistas reproducen el viejo arquetipo de erradicación del otro en el plano simbólico y, a veces, físico. Los homosexuales, las feministas y las culturas históricamente invisibilizadas, en cambio, pujan por ser reconocidos como iguales y claman un acceso a los derechos que les fueron históricamente postergados.

La falacia de la polarización es considerar que existen dos extremos diametralmente opuestos y en pie de igualdad.

El mismo razonamiento puede ser atribuido a las diferencias entre el uribismo liderado por Iván Duque y la Colombia Humana liderada por Gustavo Petro. Si del lado del proyecto de Duque encontramos razonamientos xenófobos, machistas, clasistas, bélicos, excluyentes y agresivos con el medioambiente, del lado de Petro, en cambio, aparecen argumentos plurales, diversos e incluyentes, en los que se desarma la cultura del odio y se asume la necesidad de una profunda modernización del país. Por eso, entre una propuesta que continúa la opresión y la guerra y otra que puja por la igualdad en las diferencias, me decanto por la alternativa que lidera Petro.
En ese sentido, considero que Colombia vive un momento verdaderamente político en el que por primera vez en mucho tiempo las diferencias se pueden poner en un plano discursivo para hablar de alternativas reales. Esto significa un tránsito de la violencia física –como mecanismo de desigualdad y neutralización de otras visiones de futuro– a la posibilidad de disentir colectivamente acerca de qué país quieren los colombianos.
Es un error creer que la posibilidad de disentir y expresar diferentes visiones de país sea sinónimo de polarización. Incluso, habría que preguntarse en qué medida no es el punto de vista que critica la polarización aquel que, en secreto, se encuentra atrapado en la unilateralidad de su discurso y reitera la violencia que cree combatir.
La teoría política liberal y republicana nos enseña justamente que la democratización de un país tiene lugar no tanto cuando se eliminan los conflictos –algo propio de las dictaduras y las experiencias totalitarias– como cuando es posible explicitarlos y tramitarlos en el terreno del discurso y las instituciones. Y esto implica todo un aprendizaje en la cultura política de una nación, a la vez que significa dejar de ver las diferencias como ‘ataques personales’ y asumirlas como problemas críticos, públicos y de interés común –eso a lo que Kant denominaba “mayoría de edad”–.
LUCIANA CADAHIA
* Filósofa y profesora de la Universidad Javeriana
Luciana Cadahia
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