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Sí se puede

Macron demostró que un mensaje de esperanza es más efectivo que los gastados eslóganes políticos.

Los escépticos que no ven opciones de redención para una sociedad tan dividida como la colombiana y una clase política tan contaminada por la corrupción como la nuestra pueden hallar una luz de esperanza en el ejemplo que está dando Francia. Allí también se extendió por largo tiempo una sombra de deshonestidad sobre el Gobierno y los partidos políticos, y la retórica del miedo dividió a la nación en una forma que parecía irremediable. Sin embargo, apareció un líder limpio y alejado de los extremos ideológicos y en pocos meses aplastó a los viejos partidos y le abrió un camino nuevo a su país.
Cuando todo parecía indicar que Francia caería bajo el dominio del neofascismo, Emmanuel Macron logró lo que no habían podido alcanzar las fuerzas políticas establecidas, incluyendo al otrora poderoso Partido Socialista, cuyo abanderado en la última elección, François Fillon, cayó en desgracia por recibir coimas de un misterioso simpatizante. Fillon fue el último de una larga lista de políticos castigados por razones éticas. Antes de él, Bruno Le Roux salió vergonzosamente del gabinete ministerial al descubrirse que obtuvo unas ‘corbatas’ parlamentarias para dos hijas suyas. Y antes de ellos les correspondió responder a la justicia, entre otros, a los expresidentes Nicolas Sarkozy y Jacques Chirac.

La experiencia francesa muestra que el reino de la corrupción no tiene que ser eterno en la política

Hace catorce meses Macron era una figura desconocida, salvo en los medios intelectuales, administrativos y financieros. Sus campos de acción habían sido el académico y el económico. Llamado por el presidente François Hollande para ocupar la secretaría de su despacho y después el ministerio de Economía, desde allí dio el paso –que algunos consideraron un salto al vacío– de fundar el partido La República en Marcha, orientado a cerrar la brecha que divide a los franceses. Es un partido liberal progresista al que favorece, en las palabras del propio Macron, una amplia coalición “de socialdemócratas, liberales, centristas, ecologistas y ciudadanos que nunca han tenido un compromiso político”.
Macron no parecía tener muchas posibilidades de vencer a la corriente que amenazaba con avasallar a Francia bajo la neofascista Marine Le Pen. Sin embargo, movió las conciencias de sus compatriotas con su mensaje de esperanza como no pudieron hacerlo los desgastados eslóganes de los viejos partidos. Después de su nítida victoria en la segunda vuelta de la elección presidencial el 7 de mayo, el derrumbe de aquellas fuerzas políticas quedó confirmado el domingo pasado con el rotundo triunfo de su partido en la segunda vuelta de las elecciones legislativas.
La experiencia francesa muestra que el reino de la corrupción no tiene que ser eterno en la política y que, además, en una sociedad dividida es más viable cerrar las grietas con un lenguaje positivo que con el estribillo del terror. No parece demasiado ilusorio pensar que en Colombia pueda hacerse un milagro semejante. Bastante sangre hicieron correr consignas como las de “hacer invivible la República” y vencer “a sangre y fuego”, proclamadas hace más de medio siglo por Laureano Gómez y José Antonio Montalvo, para que ahora se impida la reconciliación y se trate de lanzar nuevamente a los colombianos a matarse entre sí por medio de la retórica del odio y el coco del “castrochavismo”. En lugar de seguir el ejemplo disociador de Donald Trump, que ya está generando violencia en los Estados Unidos, lo que hace falta en Colombia es la aparición de una figura nueva que, como Macron en Francia, se coloque por encima de las reyertas parroquiales y señale un rumbo cierto para sacar al país de la encrucijada.
LEOPOLDO VILLAR BORDA
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