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La paz, ayer y hoy

Contrastes entre la del M-19 y la de las Farc. Hay lecciones por aprender.

A los países, como a las personas, les conviene retroceder el reloj de vez en cuando para no olvidar las lecciones del pasado. Una iniciativa de Intermedio Editores con motivo de la publicación de mi biografía de Virgilio Barco me ofreció en días pasados la oportunidad de rebobinar el hilo de los procesos de paz en Colombia con Antonio Navarro, protagonista de la paz que Barco firmó hace 28 años con el M-19. Fue una ocasión para comparar la experiencia que llevó al M-19 a silenciar las armas en menos de dos años con el largo y enredado proceso que se inició hace seis años con las Farc y todavía no termina.
De ayer a hoy hay un mundo de diferencia. Así ocurre entre el momento en el cual se logró la paz con el M-19 y el que vivimos ahora respecto a las Farc. Ayer, las circunstancias eran distintas, el país era distinto –en muchas cosas peor, como en el clima de terror creado por la narcoguerra de Pablo Escobar–, pero la comparación es pertinente.
Desde el primer encuentro de los representantes del Gobierno y los del M-19 en enero de 1989 pasaron catorce meses hasta el 9 de marzo de 1990, día en el que Carlos Pizarro y Antonio Navarro firmaron la paz con el presidente Barco en la Casa de Nariño.
La negociación fue rápida porque las partes adoptaron un método pragmático para salvar sus diferencias y superar los obstáculos, incluyendo uno tan grave como el generado por el asesinato de Pizarro antes de las elecciones presidenciales de 1990, para las cuales había sido postulado como candidato del partido político del M-19.
A diferencia de las Farc, que rechazaron la iniciativa presidencial de paz en 1988, los jefes del M-19, como lo recordó Navarro, la acogieron porque comprendieron que su aspiración de tomar el poder por las armas era una quimera. Las Farc creían que un día harían su entrada triunfal en Bogotá como Fidel Castro en La Habana en 1959. Así se lo dijo ‘Jacobo Arenas’ a Carlos Ossa, el primer consejero para la Reconciliación nombrado por Barco, cuando aquel le formuló la propuesta formal de negociación en el campamento guerrillero de Casa Verde.
Fue el tercer intento frustrado de un gobierno por obtener la reconciliación con la mayor organización insurgente colombiana del siglo veinte. Antes la habían buscado los presidentes Julio César Turbay y Belisario Betancur, el último con mejores resultados porque alcanzó a firmar un acuerdo y a abrir un espacio político a la guerrilla, que se frustró después por el genocidio de la Unión Patriótica.
Cuando el presidente Barco quiso reanudar los acercamientos iniciados por su predecesor, las Farc habían constituido con otros grupos rebeldes la Coordinadora Nacional Guerrillera Simón Bolívar y se sentían con suficiente fuerza para proseguir la lucha armada. En contraste, el M-19 advirtió que solo era viable realizar el cambio por la vía pacífica y se unió al movimiento que reclamaba convocar la Asamblea Nacional Constituyente para dar un vuelco al sistema político sin más derramamiento de sangre. Por esto, el partido surgido de esa guerrilla, la Alianza Democrática M-19, mantuvo el compromiso adquirido, Navarro asumió la candidatura presidencial en reemplazo de Pizarro y después se incorporó al proceso de la ANC, que presidió junto con Álvaro Gómez Hurtado y Horacio Serpa Uribe.
La desmovilización y reincorporación de los guerrilleros del M-19 a la vida civil también fueron conducidas con pragmatismo y generosidad. Además del indulto, a los exmiembros de la insurgencia se les dieron facilidades para estudiar y trabajar –algunos de ellos en el DAS–, y a los jefes se les abrió el espacio para actuar en política, donde lo hacen hasta ahora sin las resistencias que enfrentan los desmovilizados de las Farc.
En todo esto hay lecciones por aprender, como siempre cuando se estudia la Historia, que por desgracia sigue siendo una materia pendiente para muchos colombianos.
LEOPOLDO VILLAR BORDA
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