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La ola amarilla

Barranquilla acaba de mostrar al mundo una cara muy positiva de Colombia.

En contraste con los escándalos de corrupción, la persistente violencia, los líos judiciales de las figuras públicas y los demás aspectos negativos de la realidad colombiana, Barranquilla acaba de mostrar al mundo una cara muy positiva de Colombia. Durante diecisiete días, más de cinco mil atletas de 38 países deleitaron a multitudes de espectadores en los espléndidos escenarios de la capital del Atlántico –además de los de Bogotá y Cali– en las competencias que Steve Soute, presidente de la Odecabe (la organización deportiva regional), calificó como los mejores Juegos Centroamericanos y del Caribe en sus 92 años de historia.
Con los ojos del mundo deportivo puestos sobre ellos, los deportistas, entre ellos 555 colombianos, exhibieron sus talentos en un ambiente de sana competencia y camaradería ante un público que acudió en masa y dentro del cual se destacó la ola amarilla, formada por hombres y mujeres, jóvenes y viejos, muchos acompañados de niños, que lucieron la camiseta que identifica a la selección de fútbol de Colombia y, por extensión, a todo el deporte nacional.
Una vez más se demostró que el deporte es lo único que une a los colombianos. Como ocurre cada vez que los representantes del país en alguna disciplina deportiva se presentan en un escenario internacional, en Barranquilla los estadios se llenaron a reventar. Es posible que muchos de los aficionados no conocieran los esfuerzos sobrehumanos que nuestros deportistas hacen para prepararse y competir, casi siempre sin patrocinio privado ni apoyo del Estado, mientras adelantan una carrera profesional (como lo hace Caterine Ibargüen, la reina del salto triple, en enfermería), ni los oficios que muchos desempeñan para sostenerse y progresar en su especialidad. Porque el deporte sigue siendo una actividad muy sacrificada en Colombia.

La experiencia de Barranquilla debería servir para adoptar una verdadera política deportiva de grandes dimensiones y largo aliento.

Hace años que los deportistas reclaman inútilmente un mayor apoyo del Estado, pues las partidas destinadas al deporte son cada vez más reducidas. Este año fueron inferiores a las de 2017 en un 62 por ciento. La directora de Coldeportes, Clara Luz Roldán, informó en su momento que la respuesta del ministro de Hacienda a las inquietudes de los deportistas había sido que debían buscar la solución en el Congreso.
El recorte mereció fuertes críticas de las principales figuras deportivas del país, como Mariana Pajón, doble medallista de oro olímpica en Londres 2012 y Río de Janeiro 2016, y Óscar Figueroa, medallista olímpico de plata en levantamiento de pesas en Londres 2012 y de oro en Río 2016. El coro de críticas se repite todos los años y es acogido por los medios periodísticos, sin que se logre mejorar la situación. Lo cual hace aún más meritorio el papel que cumplen los deportistas y que en los juegos de Barranquilla fue excepcional. Colombia pasó de un total de 223 medallas en los juegos anteriores a 270 esta vez. Estuvo cerca de despojar a Cuba del segundo lugar y en algunas disciplinas superó a México, el campeón de estos juegos.
Es casi inverosímil que esto ocurra cuando en muchas partes del país no hay escenarios adecuados, algunos no han sido terminados o se han deteriorado debido a la incompetencia de los entes responsables o, lo que es peor, a la omnipresente corrupción. Como solución de todo esto se ha anunciado el proyecto de crear el ministerio del deporte. Ojalá no se trate de un elefante blanco, pues no por falta de entidades encargadas de fomentar esta actividad los deportistas siguen huérfanos de apoyo.
La experiencia de Barranquilla debería servir para adoptar una verdadera política deportiva de grandes dimensiones y largo aliento, como las carreras atléticas de fondo, que requieren años de preparación y además un esfuerzo y una constancia de los que no suelen hacer gala los altos funcionarios de la burocracia estatal.
LEOPOLDO VILLAR BORDA
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