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La letra escarlata

El caso de Trump ya no es solo de mentiras sino de delitos que lo tienen al borde de un juicio.

The Washington Post, el diario que derribó a Richard Nixon, publicó hace poco una lista de noticias que Donald Trump calificó de fake news, junto con las pruebas de su veracidad, en varios casos ofrecidas sin querer por el propio Trump. Entre los comentarios de los lectores a la publicación, el siguiente reflejó lo que sin duda piensan muchos estadounidenses: “Como en 'La letra escarlata', Trump debería ser obligado a llevar una camisa con una gigantesca letra L en el pecho”. (La L es la inicial de 'liar', que en inglés significa mentiroso).
Como hacían los que mandaban en la puritana Nueva Inglaterra del siglo diecisiete, cuya hipocresía desnudó Nathaniel Hawthorne en 'La letra escarlata', Trump siempre acomoda los hechos a sus intereses. Y así como en aquella obra una multitud se reúne en Boston para presenciar el castigo a la protagonista, acusada de adulterio y condenada a llevar una A escarlata de adúltera en su vestido, todavía muchos lo apoyan aunque siga diciendo mentiras.
Trump no es el primer gobernante o político que distorsiona la verdad (basta recordar a Nixon), ni Estados Unidos el único país que sufre las consecuencias de la difusión masiva de mentiras. Un caso emblemático es el de la Alemania nazi, donde el régimen de Hitler empleó las técnicas más avanzadas de comunicación de su tiempo para calumniar a quienes escogió de enemigos, perpetrar el Holocausto judío y provocar la Segunda Guerra Mundial. Si algo tan monstruoso fue posible antes de internet y las redes sociales, es fácil advertir el peligro en el que está hoy la humanidad por la diseminación del engaño.

Trump no es el primer gobernante o político que distorsiona la verdad (basta recordar a Nixon), ni Estados Unidos el único país que sufre las consecuencias de la difusión masiva de mentiras.

En Colombia abundan los ejemplos, como lo muestra el alud diario de falsedades que se transmiten por las redes, inclusive sobre noticias cuya verosimilitud se sustenta en la decisión de un juez o la afirmación de otra autoridad. Se libra una guerra de desinformación en la que, como en todas las guerras, la primera víctima es la verdad. Hay profesionales en el oficio que no solo contaminan las redes, sino que se prestan a dar falsos testimonios en los estrados judiciales.
El tema ha dado hasta para un caso que parece extraído de 'El extraño mundo de Subuso': el del exfiscal anticorrupción Gustavo Moreno, extraditado a Estados Unidos bajo los cargos de fraude electrónico y conspiración para lavar dinero. En un terreno menos surrealista, el problema ha involucrado a figuras públicas como la actual ministra del Interior, Nancy Patricia Gutiérrez, el senador Luis Fernando Velasco y el almirante Gabriel Arango Bacci, y está en el corazón del litigio entre el expresidente Álvaro Uribe y el senador Iván Cepeda que se ventila en la Corte Suprema de Justicia.
Volviendo a Trump, su caso ya no es solo de mentiras sino de delitos que lo tienen al borde de un juicio. A los atropellos, insultos y calumnias que ha lanzado desde cuando llegó a la Casa Blanca se suman los intentos de interferir la acción de la justicia, como el que hizo respecto a la investigación abierta por el procurador Jeff Sessions a dos congresistas republicanos por motivos penales. Acciones como esta son las que han generado una resistencia silenciosa a Trump dentro de su gobierno, como lo reveló el artículo anónimo de un alto funcionario publicado recientemente por The New York Times.
Todo esto debería ser suficiente para poner fin a la presidencia de Trump. Pero el caballo de Troya contra él podría venir de otro lado, como lo dijo la escritora Jill Filipovic en un artículo que también publicó The New York Times: puede ser Stormy Daniels, una de sus amantes clandestinas cuyo silencio quiso comprar. No es aventurado vaticinar el triunfo de Daniels, una mujer que, según Filipovic, “se niega a portar la letra escarlata o la capa de mujer maravilla”, sobre el magnate de doble moral cuyo ascenso a la cúspide del poder en Washington parece cada día más una obra de ficción.
LEOPOLDO VILLAR BORDA
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