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Jugando con candela

No existen precedentes de éxito para cambio de régimen vía intervención internacional.

Laura Gil
El ejército de Venezuela movió tropas a la frontera. Iván Duque juega con candela.
Un año atrás, los países latinoamericanos rechazaron la intervención armada en Venezuela, cuando Donald Trump la puso sobre la mesa. Hoy, Colombia toma distancia de la región y parece contemplar la posibilidad de avalar un ataque contra el régimen de Maduro.
El líder del partido de gobierno, Álvaro Uribe, pidió buscar “caminos legales” para la intervención. Pocos días después, desde la frontera colombo-venezolana, Luis Almagro, secretario general de la OEA, afirmó: “No debemos descartar ninguna opción”. El canciller Trujillo, a su lado, permaneció callado. Este silencio se tornó estrepitoso cuando Colombia desistió de firmar un comunicado del Grupo de Lima, el único espacio de consenso de cara a Venezuela, que condenaba, primero, la dictadura y, luego, las armas como solución. A ello le siguieron las afirmaciones de Francisco Santos, embajador en Estados Unidos, que dejó abierta la puerta al operativo militar.
“No soy belicista”, dijo el Presidente para salir del paso ante las manifestaciones de sus subalternos. Pero no descartó de plano el uso de la fuerza. Cuando el río suena, piedras lleva.

Solo existen dos maneras de utilizar la fuerza en el marco jurídico internacional: en ejecución de un mandato del Consejo de Seguridad y en defensa propia.

Bogotá envía mensajes a Washington y Washington a Bogotá. Duque sugiere una respuesta en afirmativo por si acaso, aun antes de escuchar una solicitud de apoyo, mientras Trump le remite señales de tranquilidad. “Permítanme ser claro: Estados Unidos siempre respaldará a sus aliados. El régimen de Maduro haría bien en no poner a prueba nuestra determinación”, dijo el vicepresidente Mike Pence.
Solo existen dos maneras de utilizar la fuerza en el marco jurídico internacional: en ejecución de un mandato del Consejo de Seguridad y en defensa propia. La primera está descartada en tanto los aliados de Venezuela, China y Rusia, cuenten con poder de veto. Con respecto a la segunda, ¿podríamos estar configurando una argumentación de defensa propia? El flujo migratorio desmedido, la movilización de soldados, las incursiones en violación de la soberanía territorial colombiana y hasta las capturas de compatriotas para llevárselos a cárceles del país vecino dan pie para hacerlo. Si Venezuela pone un poco de ayuda adicional, la defensa propia estaría delineada.
Se entiende el desespero ante una dictadura que no cede. El Gobierno hizo de Venezuela una promesa de campaña y hasta ahora no ha logrado más que golpes efectistas de poco alcance. La salida de Unasur tiene peso simbólico, pero nada de impacto. La organización quedó paralizada en abril, cuando seis países, incluyendo a Colombia, anunciaron la suspensión de su participación. La Cancillería no logró siquiera la compañía de Argentina y Chile para el retiro, lo que hubiese dado un golpe mortal a la institución. La demanda ante la Corte Penal Internacional constituye un recurso jurídico viable con consecuencias políticas. Pero los tiempos no ayudan, y aunque Maduro fuera condenado, ¿cómo garantizar su entrega y, a partir de ella, una transición?
El discurso de guerra resulta atractivo, así como engañoso y peligroso. No existen precedentes de éxito para cambio de régimen vía intervención internacional. La acción en Panamá de 1989, que tanto se plantea como ejemplo de operación quirúrgica, dejó más de 3.000 muertos. Desde Caracas se anuncia que, de darse un conflicto, tendría lugar en Colombia.
A Trump no le causa pudor sentarse con dictadores. Si Estados Unidos tanto quiere ayudar, quizás debería pensar en una cumbre con Maduro. Si hasta la desnuclearización de Corea del Norte resulta negociable, ¿por qué no la transición venezolana?
LAURA GIL
Laura Gil
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