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Tutainas y corazones abiertos

Ser compasivos y generosos nos ayuda a ser más felices. Actuemos ya.

Juan Lozano
El mar Muerto –dice ‘El libro de la alegría’– recibe agua dulce, pero no tiene salida, de modo que no deja salir el caudal. Recibe agua espléndida de los ríos, y esta se estanca. Es decir, se echa a perder. Por eso se llama el mar Muerto. Recibe y no da.
Es ese el ejemplo físico que se usa para validar una idea fuerza en esa conversación fantástica entre el Dalái Lama y el arzobispo Desmond Tutu, editada por Grijalbo, consistente en confirmar, en sus propias palabras, una de las principales paradojas de la felicidad: somos más dichosos cuando nos centramos en otras personas, no en nosotros mismos. Procurar alegría a los demás es la manera más rápida de experimentarla nosotros mismos.
“No podemos experimentar alegría si cerramos nuestro corazón. Cuando tenemos el valor de vivir con el corazón abierto, somos capaces de percibir nuestro dolor y el de los demás, pero también podemos experimentar más alegría”. Y por eso nos sentimos más alegres cuando hacemos feliz a alguien, y cuando nos encerramos en nosotros mismos tendemos a ser infelices, como dice Tutu.
Parece ser que el dinero sí puede comprar la felicidad, siempre que lo gastemos en otra gente, concluyen. Pero no es solo un problema de plata. Tiene también que ver con la forma como se comparte nuestro tiempo con los demás y cómo ello se asocia con la importancia de tener una finalidad en la vida. “La compasión y la generosidad no son simplemente nobles virtudes; están en el núcleo de nuestra humanidad y contribuyen a que nuestra vida sea alegre y tenga sentido”.
Y agrega el arzobispo: “Es cierto, ocurren muchas cosas horribles. Pero en nuestro mundo también existen cosas increíblemente bellas... en esencia, somos buenos. Lo anómalo no es la buena persona, sino la mala. Hemos sido creados para la bondad”. Y de inmediato nos introducen en el peligro que implica concentrarnos solo en nuestras posesiones materiales y en nuestro estatus, advirtiendo cómo el deseo de acumular más y más tiende a espantar nuestra paz interior y nuestra felicidad. Dijo el papa Francisco en Laudato Si’: “Mientras más vacío está el corazón de una persona, más necesita objetos para comprar, poseer y consumir”.
Lo dejan muy claro: cuando uno dice ‘solo me preocuparé por mí’, ese ‘mí’ se marchita de una manera extraordinaria y se vuelve cada vez más pequeño. El Dalái Lama es más explícito: “Una mentalidad egocéntrica solo provoca sufrimiento. La compasión y el interés por los demás son una fuente de felicidad”.
Y, aunque la compasión es en esencia un sentimiento que surge cuando nos enfrentamos con el sufrimiento, o los dolores y angustias de los demás, la clave es que se conecte con acciones positivas, con actos concretos de bondad y generosidad que no necesariamente se refieren a dinero o a bienes materiales. Por el contrario, muchas veces, lo que requieren son atención, escucha, compañía, consejo, guía, solidaridad. Y proceder así frente a una persona que sufre, o a una familia, o a una pequeña comunidad, puede ampliar progresivamente el espectro a toda la sociedad.
Al ritmo de las tutainas, este es un tiempo propicio para ratificar sueños y propósitos de vida y luchar alegremente por ellos, con ilusión, con disciplina, con lealtad, para irradiar esos sentimientos a quienes más amamos y a quienes nos rodean a partir de la certeza de que los seres humanos son, en su inmensa mayoría, buenas personas, nobles, bondadosas y generosas.
No podemos permitir que el pesimismo o la desconfianza o el recelo se apoderen de nosotros y de nuestro entorno. A pesar de los pesares, a pesar de los padecimientos que todos experimentamos, la vida es bella y nos ofrece siempre la posibilidad de abrir nuestro corazón, prodigar y recibir afecto, comprender y ser comprendidos, ayudar y ser ayudados, amar y ser amados.
Feliz Navidad para todos.
JUAN LOZANO
Juan Lozano
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