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La burocracia indolente

Perversos. No les duele que los pilos o las familias de policías y soldados aguanten hambre.

Juan Lozano
Creen que los estudiantes, casi niños, del programa Ser Pilo Paga no comen. Que viven del aire. O creen que el hambre es acumulable para redimirla cuando llegue la plata. “Tranquilo, dentro de tres semanas o al final del mes te hacemos el giro”, les decían los primeros días de febrero a quienes necesitan ese auxilio para sobrevivir en Bogotá, lejos de sus hogares humildes y buenos en regiones apartadas de Colombia.
Pero a la burocracia indolente eso no le importa. Porque ellos se limitan a hacer su programación presupuestal para las fechas que se les antojan. Cuando les da la gana. De malas, porque no quedaron los giros de Ser Pilo Paga en la programación de enero. Ni al comienzo de febrero, ni en la mitad de febrero.
La Ministra de Educación ha hecho lo que está a su alcance para que se aceleren los giros. Pero eso no depende solo de ella. Depende de ese monstruo colectivo y sin corazón que lleva escondiéndose décadas dentro del edificio del Ministerio de Hacienda, habitando en las oficinas de presupuesto y cabalgando sobre el corazón de hierro de unos funcionarios, para quienes los estudiantes son números y los seres humanos, meras cifras y estadísticas que manejan a su antojo.
Los jóvenes de Ser Pilo son un tesoro. En la universidad he sido profesor de varios de ellos y admiro su inteligencia, su disciplina, su talento, su vocación de superación, su temple, su coraje y su dignidad.
Por eso, sus compañeros y universidades los acogen con afecto y los protegen, como expresión hermosa de solidaridad, tal como vimos la semana pasada en algunos planteles, para no dejarlos aguantar hambre, para no permitir que la negligencia de esta tecnocracia cruel los afecte en su rendimiento académico, para impedir que se vean forzados a abandonar el programa. Y el programa es necesario. Hay que defenderlo, sobre todo de la pesada y arrogante burocracia del Estado.
Me pregunto: ¿por qué es tan complicado disponer de esos recursos para que los estudiantes los reciban apenas entran a estudiar? ¿Por qué a la plata de los congresistas, y a la de la ‘mermelada’ sí le corren en Hacienda y a esta no? ¿Por qué los incrementos del sueldo de los políticos sí llegan a tiempo?
Es lo mismo que ocurre año tras año con el infame retraso del aumento de sueldo de los policías, soldados y muchos servidores públicos. Sin éxito supliqué al entonces ministro de Defensa, Juan Carlos Pinzón, que se concertara con Minhacienda un proceso para que a policías y soldados les paguen sus incrementos de sueldo en enero, como sucede en las empresas privadas. No cumplió. Tampoco, sus antecesores ni sus sucesores.
Es como si ellos creyeran que a las esposas de los policías les fían el mercado hasta mayo. Es como si ellos creyeran que pueden mandar a decir en los colegios de los niños que en 5 meses mandan la pensión completa, o que pagan todo el arriendo. Tal como sucede con los pilos, la burocracia indolente olvida que quienes visten los uniformes de Colombia son seres humanos que tienen necesidades y obligaciones inaplazables.
Es la misma burocracia indolente que pone en aprietos el proceso de paz por negligencia en la adecuación de las zonas de concentración, la misma que no entiende que si no giran a tiempo la plata del sistema de salud se mueren los pacientes, la que cierra su ventanilla a las 5 y se va para su casa sin afanes, así los pilos aguanten hambre, así los hijos de los policías no puedan ir al colegio, así el proceso con las Farc se ponga en peligro.
Muchos de estos burócratas indolentes no se roban la plata del Estado, es cierto, pero los efectos de su desdén son espantosos también: centenares de miles de colombianos buenos sufren intensamente por culpa de ellos. Eso también es perverso.
JUAN LOZANO
Juan Lozano
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