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Todo que ver

Occidente llegó a la conclusión de que era mejor que la fe y la política estuvieran separadas. ¿Qué tiene que ver eso con nosotros? Pues todo: el mundo es como es por la Reforma protestante, así de sencillo.

Este lunes que acaba de pasar fue 31 de octubre, como se sabe. Día de Halloween en muchas partes del mundo, o Día de las brujas, o Día de los niños. Pero en Alemania, que es un país optimista, fue además el día en que empezaron de manera oficial todos los actos para conmemorar, durante un año entero, hasta el 31 de octubre del 2017, los cinco siglos exactos del inicio de la Reforma protestante.
Se supone que fue ese día, el 31 de octubre de 1517, cuando Martín Lutero puso en la puerta de una iglesia de Wittenberg sus famosas ‘95 tesis’ contra la corrupción y la venalidad del Vaticano. La escena la relataron años después dos discípulos de Lutero que no estaban allí, Georg Röer y Philipp Melanchthon. Pero parece que fue un gran escándalo; gente corriendo de aquí para allá con un papel en la mano.
En realidad lo que buscaba Lutero, con gran seriedad y discreción, aunque suene absurdo, era más bien acudir a uno de los procedimientos eclesiásticos más comunes de la época: la discusión pública de cualquier desacuerdo que tuviera un miembro del clero con sus jerarquías locales, o aun con la propia Roma. Para eso uno tenía que escribir su papelito, llevarlo a un templo, pegarlo en la puerta y sentarse a esperar.
Lo que pasó en el caso de Lutero, sin embargo, es que sus argumentos, que tenían un profundo contenido teológico y moral, terminaron siendo el pretexto y el detonante, la coartada perfecta, el caballo de batalla de una gran cantidad de conflictos políticos y económicos que se habían ido incubando en el norte de Europa durante siglos, y que desembocaron todos en esa disputa religiosa que muy pronto fue muchas cosas más.
Por eso el propio Martín Lutero fue el primer sorprendido con los alcances de su prédica: porque él veía en ella una oportunidad para purificar a la Iglesia, para unirla más. Pero lo que le estalló en las manos fue una guerra atroz que partiría para siempre la suerte y el alma del cristianismo occidental; que lo hizo pedazos y nunca nadie los pudo volver a pegar. Lutero propuso un debate y acabó en una corraleja.
En el colegio siempre le decían a uno, si es que se lo decían, que la Reforma había sido la consecuencia directa del Renacimiento y su espíritu de libertad. Es mentira, es al revés. O digamos que sí lo fue pero como su negación más grande: la Reforma se hizo contra el Renacimiento, contra su espíritu pagano y festivo, contra su idea casi herética de que la belleza y el arte eran el mejor camino hacia el cielo, su anuncio.
Lutero creía todo lo contrario (entre muchas otras cosas): que no podía haber intermediación entre Dios y el individuo, por ejemplo, y que la manera en que la Iglesia católica estaba vendiendo perdones de puerta en puerta para financiar sus excesos mundanos era una afrenta, una deshonra. El Papa, sin embargo, era León X, un Medici. Un florentino que del mundo solo conocía la belleza, solo ella le importaba.
Así fue como un movimiento ultraconservador terminó volviéndose el origen de la Modernidad: porque de él se adueñó la burguesía (es la explicación de Harold Laski) para deshacerse del poder de la Iglesia, ya le llegaría el turno al Estado; porque fue el primer gran triunfo cultural de la imprenta; y porque después de dos siglos de guerras religiosas, Occidente llegó a la conclusión de que era mejor que la fe y la política estuvieran separadas.
¿Qué tiene que ver eso con nosotros? Pues todo: el mundo es como es por la Reforma protestante, así de sencillo. Pero además veo en un periódico alemán un mapa en el que aparecen todos los países en los que las iglesias reformadas son hoy determinantes. Y está Colombia.
Solo espero que eso no signifique que aquí apenas estamos llegando a 1517.
Juan Esteban Constaín
catuloelperro@hotmail.com
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