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Flutero

Es algo que me intriga desde hace tiempo, eso de la Selección Colombia y su carácter ‘evangélico’.

Varias veces he dicho acá... Es más: me dan ganas hasta de decirlo en el funesto plural mayestático de políticos y tuiteros, ya no sabe uno cuál es peor: varias veces hemos dicho acá que el hecho más importante de la historia reciente de Colombia, el que la va a definir en los años y las décadas por venir, es el de la cada vez más rápida y profunda ‘protestantización’ de la sociedad, su ‘conversión’.
Porque este, como se sabe, fue durante siglos un país católico por excelencia, orgulloso a la vez de ser quizás ‘el segundo país más católico del mundo después de Polonia’ y ‘el país con el segundo himno nacional más bonito después de La Marsellesa’, cosa que acabamos de comprobar en el Mundial de fútbol. Y me refiero a lo segundo, porque lo primero es cada vez más relativo, complejo y discutible.
Tanto que quien tenga dudas sobre el fenómeno histórico y sociológico que significa desde hace años el auge de las iglesias cristianas reformadas en la sociedad colombiana, quien lo quiera ver en sus verdaderas dimensiones, no tiene sino que asomarse a nuestra selección de fútbol para verificar cómo la gran mayoría de sus integrantes, por no decir que todos ellos, profesa ese culto en alguna de sus vertientes.
Es algo que me intriga desde hace tiempo, eso de la Selección Colombia y su carácter ‘evangélico’, y más me intriga que ese factor tan poderoso casi nunca esté presente en los muchos análisis que se hacen sobre el cambio de mentalidad de nuestros jugadores, en el cual se intuyen siempre razones de tipo deportivo o cultural, como el roce internacional o la profesionalización cada vez mayor del fútbol, pero no la nueva fe que allí anida.

El hecho más importante de la historia reciente de Colombia, el que la va a definir en los años, es el de la cada vez más rápida y profunda ‘protestantización’ de la sociedad, su ‘conversión’.

Para mí, esa es una frontera clarísima entre lo de antes y lo de ahora: nuestro viejo catolicismo tan festivo y tan mariano, tan hipócrita y agorero y atormentado, tan propenso a pecar y a rezar para luego empatar (aunque aquí casi siempre perdemos), evidente en la generación gloriosa del fútbol colombiano de hace treinta o veinte años. De hecho, nada me parece más católico y barroco que el ‘Tino’ Asprilla, barroco y berraco. Genio.
La nueva generación de jugadores, en cambio, es un típico producto de esa Colombia de iglesias reformadas que florecen por doquier y en las que se inculca quizás un discurso dogmático y fundamentalista de pastores, sí, pero en las que también hay unos valores de disciplina y honestidad y respeto por la comunidad, por ejemplo, que antes no se daban fácil en nuestro fútbol y en nuestros futbolistas.
Por eso me parece interesante pensar en voz alta al respecto, por descabellado que parezca: porque allí, en el único proyecto de nación que ha funcionado en Colombia, su equipo de fútbol, allí se reflejan todos nuestros dramas y todas nuestras contradicciones, nuestros conflictos, nuestra historia. Y también se está reflejando, cómo no, ese fenómeno que es, repito, el más importante que nos haya tocado en mucho tiempo.
Un fenómeno que se está dando además en otras partes del mundo, y no solo en países cristianos, ya sean católicos u ortodoxos. Allí arde aún la hoguera que hace cinco siglos abrió Lutero y produjo una gran paradoja: la de la sociedad moderna, capitalista y secular nacida del esfuerzo puritano de unos teólogos radicales que querían salvar a la Iglesia romana de sus propios pecados. Limpiarla, no destruirla.
Quien mejor explicó ese proceso fue Harold Laski en Inglaterra (maldito penalti), que demostró cómo el protestantismo había sido el ‘caballo de Troya’ de la burguesía para liberarse de cualquier autoridad, empezando por el Papa. Eso le costó a Europa dos siglos de una feroz guerra de religión.
Esperemos que no llegue acá. Sería la (lo) única que nos faltaba.
JUAN ESTEBAN CONSTAÍN
catuloelperro@hotmail.com
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