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Brasil: el gigante semidormido

El pueblo votó por una fórmula diferente a la ofrecida por el PT durante más de una década.

Con cerca del 56 por ciento del total de votos, Brasil eligió a Jair Bolsonaro como su nuevo presidente. Aunque personalmente nunca votaría por un candidato como Bolsonaro, debemos respetar la decisión soberana y democrática que tomó el pueblo brasileño, así como siempre demandamos que otras naciones o pueblos respeten las nuestras.
A pesar de no compartir esa decisión, entiendo por qué para la mayoría de los brasileños Bolsonaro representa ‘la solución’ a los tres principales problemas que padece nuestro vecino: corrupción, crisis económica e inseguridad/violencia interna. Los dos primeros problemas están directamente ligados a lo que representaron los casi catorce años continuos del Partido de los Trabajadores (PT) en el poder (en cabeza de Lula y Dilma Rousseff).
Lula (y después Dilma), en su afán de convertir Brasil en un país desarrollado y potencia mundial (objetivos en sí loables), decidió aumentar el gasto público de una manera irresponsable y descontrolada. En el corto y mediano plazo, esa receta funcionó, y las tasas de desempleo y crecimiento de la economía brasileña eran envidiables, los inversionistas extranjeros llevaron sus dineros al Brasil, la Fifa les adjudicó el Mundial del 2014, el Comité Olímpico Internacional les entregó la sede de los Juegos Olímpicos del 2016, los niveles de pobreza disminuyeron sustancialmente, el real llegó a su mejor precio con respecto al dólar, etc. En otras palabras, Brasil se convirtió en el nuevo milagro económico y social del mundo. El problema fue que el gasto público excesivo y desorganizado (la mayoría financiado con endeudamiento externo) se convirtió en un caldo de cultivo para la corrupción del sector público y el privado, como lo han demostrado las diferentes investigaciones policiales y judiciales de los últimos años, entre ellas la denominada Lava Jato, que hoy tiene en la cárcel a un grupo grande de políticos y empresarios brasileños, entre ellos Lula.
En el 2014, el ‘milagro’ se comienza a desboronar cuando al mismo tiempo que empiezan a salir a la luz pública los escándalos de corrupción, la economía brasileña sufre un fuerte choque como resultado de la caída de los precios internacionales de materias primas (productos de exportación de Brasil), la capacidad de endeudamiento interno y externo estaba bastante limitada y las obligaciones pensionales estaban disparadas (hoy representan casi el 50 por ciento del presupuesto del Gobierno brasileño y un 12 por ciento de su PIB).
En los años siguientes (2014-2016), la economía entró en una severa recesión, el desempleo y los niveles de pobreza volvieron a subir, el real perdió un terreno grande con respeto al dólar y los papeles de Brasil perdieron su grado de inversión. En otras palabras, el milagro se desinfló y muchas de las ganancias obtenidas en los primeros años de los gobiernos del PT se perdieron, pero con el problema adicional de que Brasil quedó endeudado. El país debe hoy (2018) alrededor de 1.300 billones de dólares, cuatro veces lo que debía en 2002 (cerca de 300 billones de dólares), cuando Lula asumió el poder.
En los dos últimos años, el gobierno de Temer trató de estabilizar la situación económica (en otras palabras, que no siguiera empeorando), pero si no se toman medidas radicales como una reforma pensional profunda y privatizaciones, las expectativas de crecimiento seguirán siendo tímidas y los niveles de desempleo y pobreza no caerán. El futuro ministro de Hacienda de Bolsonaro, Paulo Guedes, tiene claras las medidas económicas que se necesitan tomar para devolver a Brasil por una senda de crecimiento robusto y sostenido.
El tercer problema es la inseguridad/violencia interna que se vive, principalmente, en el noreste del Brasil y Río de Janeiro. En esta última ciudad, la situación es tan grave que el Gobierno de Brasilia tuvo que enviar desde hace varios meses al Ejército a las favelas con el fin de contener la violencia que se vive allí diariamente. Tanto en este frente como en el de la corrupción, Bolsonaro prometió políticas de choque para combatir estos dos flagelos.
Aunque no comparto la opción de Bolsonaro, entiendo por qué la mayoría del pueblo brasileño apoyó a alguien que ofrecía una fórmula diferente a la ofrecida por el PT durante más de una década.
Personalmente, soy bastante optimista con respecto al futuro de Brasil en el mediano y largo plazo (si se toman las medidas económicas adecuadas como lo han prometido Bolsonaro y Guedes), y creo que Colombia (no solo el Gobierno, pero también los sectores empresariales, turísticos y académicos) debería actuar con una gran dosis de pragmatismo (‘realpolitik’) y buscar una mayor integración comercial, turística y financiera con Brasil, similar a la que tenemos con los Estados Unidos.
Brasil tiene un potencial enorme no solo por la abundancia de sus recursos naturales, sino también por el tamaño de su mercado (200 millones de consumidores y de potenciales turistas.) Es un país que cuenta con un sector agroindustrial fuerte y con vocación exportadora, del cual podríamos aprender mucho a través de alianzas estratégicas. Es el gigante semidormido que tenemos al lado y con el que deberíamos estrechar nuestros lazos económicos y políticos antes de que despierte completamente y se convierta en la potencia mundial que está llamada a ser. Tener a Estados Unidos y Brasil como nuestros principales socios nos garantizaría un futuro bastante promisorio.
JUAN CARLOS HOLGUÍN
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