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La poesía siempre gana

No hay nada más trágico que el dirigente de una comunidad que no se haya leído un libro.

Mientras se ve que circulan por el mundo poetas con aire de dioses que reciben de públicos delirantes la devoción que generaban las antiguas divinidades, hay porciones terráqueas y de la mente del ser humano que todavía consideran al vate como un ser anormal picado por las visiones o la pereza, casi un paria, un insulso cantor de temas que ya pasaron, como el amor y las guerras y los oprobios, merecedor del insulto o la compasión.
Poetas que cantaron el amor y las guerras y los oprobios andan a lo príncipes insobornables, como Bob Dylan, recibiendo de mala gana el más alto galardón de las más señeras instituciones. Así mismo se han visto poetas, como el infatigable Dariolemos de Medellín, insignia del nadaísmo, persiguiendo descalzo a los ladrones de su silla de ruedas. Había triunfado sobre sus perseguidores mediante el prestigio de su poesía circulante de mano en mano y en el librillo que le publicó Colcultura, pues se lo vio desplazándose en la misma silla por la calle Junín armando un cigarro de marihuana mientras era empujado por un policía orgulloso ahora de hacerlo, el mismo que lo correteó por las calles de las ollas cuando el poeta se acercaba subrepticio por el vital combustible. La poesía sirve para todo, como dice ahora mi boticario hablando de la marihuana por la que fuimos tan perseguidos, y que ahora mi suegra me unta en las piernas para el dolor de la ciática.
El Festival Internacional de Poesía de Bogotá, que dirige Rafael del Castillo, en su edición XXV, ha convocado, entre cerca de 25 poetas de alta nomenclatura, a personajes estelares quienes por su larga y fecunda trayectoria pueden ser ya considerados como sabios de la tribu, poetas de culto, como son Rodolfo Alonso, de Argentina; José Ramón Ripoll, de España; Rafael Cadenas, de Venezuela; Óscar Oliva, de México; Giovanni Quessep, Miguel Méndez Camacho y Maruja Vieira, de Colombia.
Entre los más jóvenes, pero también ya notables, se encuentran Liv Lundeberg y Tale Naess, de Noruega; Iván Oñate, de Ecuador; Enrique Sánchez Hernani, de Perú; Antonio Castaño, de España; Jorge Carlos Ruiz de la Quintana, de Bolivia; Álvaro Matta Guillé, de Costa Rica; José Luis Díaz-Granados, Carlos Zatizábal y Samuel Jaramillo, de Colombia. Más William Ospina como poeta homenajeado del año, según ha sido tradición.
Seres alados hispanoamericanos en una entente que busca la integración, la solidaridad, la paz por doquier, conjurar el odio, repudiar la violencia, abrir espacios a la mente para la comprensión y el disfrute de la belleza. Amparado el evento por el apoyo de entidades oficiales de la cultura y de la empresa privada, que comprenden que todo esfuerzo en pro de sensibilizar el espíritu redundará en progreso de la comunidad desasida.
Se ha percibido con asombro que esta edición de la Feria Internacional del Libro de Bogotá ha superado las anteriores. A pesar de las lluvias, la afluencia ha sido extraordinaria. Familias enteras haciendo cola de tres a cinco cuadras para así sea olfatear un libro, y decidirse a comprarlo, es regocijante. Ello va redondeando en el imaginario de los jóvenes que el libro es un objeto tan significativo como un conjunto de rock. Fue emocionante ver una multitud de asistentes vitorear a su paso a Jorge Valencia Jaramillo, legendario fundador del evento.
Que sirva ello de ejemplo a todos esos dirigentes de localidades que piensan que invertir en cultura es un despilfarro, sin caer en la cuenta de que el despilfarro son ellos como dirigentes. Lo cual terminará por comprenderse tarde o temprano, haciéndolos reos de revocatoria. No hay nada más trágico que el dirigente de una comunidad que no se haya leído un libro, y ni siquiera un poema. La madre que sí.
JOTAMARIO ARBELÁEZ 
jotamarionada@hotmail.com
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