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La gran minería y la economía

7.000 millones de dólares están a la espera de claridad para ser invertidos en minería.

Los titulares que salieron del reciente Congreso Nacional de Minería fueron impactantes y asustadores. Se dice en la edición de este periódico el pasado viernes 4 de mayo que de un estudio presentado por Fedesarrollo se concluye que 7.000 millones de dólares están a la espera de claridad para ser invertidos en minería y, en general, con abundancia de cifras y supuestos, que si se concretaran las inversiones en proyectos que están en variadas etapas para ser eventualmente desarrollados (el ‘eventualmente’ lo pongo yo), generarían grandes beneficios macroeconómicos al país. Todo da la impresión de ser una crítica al Gobierno —o al país— como si los tuviera frenados y sin razón.
El mencionado estudio —o su presentación— adolece de algunos defectos grandes como los que describo en seguida, muy curiosos, dados el elevadísimo nivel, el prestigio y el rigor habitual de Fedesarrollo y la indiscutible calidad intelectual y profesional de la economista Astrid Martínez, quien lideró el estudio, según informa EL TIEMPO. El primero es dar un tratamiento agregado y unificado a materiales tan diversos como el carbón y el petróleo hasta con oro y cobre, cuando se habla del “sector minero-energético”. Eso conduce indefectiblemente a grandes errores en el lector. Puede ser de simple presentación pero, desde los titulares, todo lleva a pensar que las cifras se refieren a minería. Aunque al final de la publicación se indica que los impactos se pueden desagregar entre petróleo y carbón con un 85 % y los proyectos de oro y cobre con un 15 %, la confusión es inevitable. ¿Por qué mezclar oro y cobre con carbón y, peor, con petróleo?

A los consumidores les resulta más barato comprar productos importados que nacionales. La avalancha de dólares equivale a una devastadora manguera que todo lo apaga.

El segundo, más evidente y elemental, es que varios de los proyectos que suman en las inversiones, particularmente los tres de AngloGold Ashanti, que se mencionan con nombre propio, no pueden ser desarrollados todavía. La Colosa (Cajamarca, Tolima) no tiene licencia ambiental y está paralizado ante el No de la consulta popular. En Gramalote (San Roque, Antioquia) no han logrado los arreglos requeridos con unos 400 mineros ancestrales que allí trabajan desde épocas remotas. Y de Quebradona (suroeste de Antioquia) ni siquiera se conoce el ‘Estudio de impacto ambiental’ ni se ha presentado la solicitud de licencia ambiental.
Y otra falla muy importante es la de sumar solo las contribuciones positivas cuando se habla de agregados macroeconómicos. A estos hay que restar los efectos negativos que a la economía le genera la entrada de excesos de moneda extranjera.
Los productos de la minería de metales como aquellos a los que se refiere el estudio (oro y cobre) van casi todos a mercados internacionales, y sus ingresos son en moneda extranjera. La entrada en producción de una de esas minas produce una avalancha de moneda extranjera (digamos, de dólares) que normalmente sale a convertirse en pesos. Como son, entonces, tantos dólares adicionales buscando pesos, el mercado pagará menos pesos por cada dólar. Y lo grave es que quienes exportan otros productos y servicios colombianos también venden en dólares, que igualmente recibirán menos pesos por cada dólar. Se les hace más y más difícil o imposible competir. Las actividades exportadoras de todos los sectores de la economía resultan tremendamente perjudicadas.
Lo mismo sucede a lo que se produce para mercado nacional: a los consumidores les resulta más barato comprar productos importados que nacionales. La avalancha de dólares equivale a una devastadora manguera que todo lo apaga: agricultura, industria, turismo, todo lo que se pueda transar en los mercados internacionales. Es lo que se llama la enfermedad holandesa, gravísimo padecimiento de muy difícil curación. Y peor aún si también el petróleo tiene precios altos.
JORGE EDUARDO COCK
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