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La economía y el discurso clasemediero

Lo que los candidatos de la entraña de Santos deben evitar es el desgastado monotema de la paz.

Creo, sin lugar a equivocarme, que la prematura campaña presidencial que se ha iniciado es la más incierta en la historia democrática del país. Además de la expiración de la otrora fila india para las elecciones presidenciales, las jefaturas naturales de los partidos en la práctica desaparecieron, los partidos están reventados, el voto de opinión pesa cada vez más y los candidatos de los partidos tradicionales ya no lideran las preferenciales electorales. Pero, buena parte del inocultable desasosiego tiene origen en la grave pérdida de gobernabilidad de Santos, al punto casi de ponerles un inri a los candidatos que emerjan de su entraña.
Dos hechos políticos recientes lo plasman con claridad. El primero fue la alerta del expresidente Gaviria en los ‘retiros espirituales’ del partido Liberal, en el sentido de que hay que mandar a los parlamentarios y a la gente de las regiones para que conozcan a Humberto de la Calle porque él no es un político. Las palabras tienen un trasfondo y sentido de urgencia mucho mayor que el que se les ha dado. Deben interpretarse más bien como que el partido Liberal tiene que arropar a De la Calle pronto, no dejarlo solo, porque si naufraga su candidatura naufragan las posibilidades del partido y sus parlamentarios.
El segundo fue el sorpresivo intento de toma de distancia del exministro Juan Carlos Pinzón del gobierno de su mentor, el presidente Santos. Pinzón tiene razón en que hay que ocuparse de la economía y la seguridad y que el país no puede seguir con esa sensación de ausencia de acción, de estancamiento, de desaceleración e incertidumbre. Pero, en su caso, corre el riesgo de que su postura sea leída como una temprana deslealtad porque, entre otros cargos, no hay que olvidar que hasta con Pastrana fue el secretario privado del entonces ministro de Hacienda Juan Manuel Santos.
Así, ser heredero del gobierno Santos no es solo por el desgastado monotema de la paz, el pesimismo generalizado y la pérdida de gobernabilidad que tiene tan costosas consecuencias para la economía, de los funcionarios con serias sombras de corrupción a los que nunca se les pide la renuncia, de la promesa incumplida de que el posconflicto permitiría aumentar en 2 por ciento el crecimiento económico por año. Es también ser legatario del final de la fiesta de país petrolero que nunca fuimos, del bajo crecimiento económico con riesgos de recesión, de las afugias fiscales, del deterioro de la confianza del consumidor y de la cartera crediticia, del alto peso de la deuda externa como porcentaje del PIB y de la falta de dinámica exportadora del país, a pesar de la fuerte devaluación entre 2014 y 2015.
No puede ser que mientras México en 2016 exportó 294.000 millones de dólares solo a Estados Unidos y tiene con dicha nación un superávit comercial de 64.300 millones de dólares, Colombia exportó apenas 32.000 millones de dólares a todo el mundo y exiguos 13.000 a Estados Unidos, país con el que además hemos pasado de superávits a déficits comerciales en la era TLC.
En otras palabras, lo que los candidatos tienen que hacer es asumir un discurso económico creíble y para la clase media, de generación de empleo, de mejoramiento de la salud y la educación, de competitividad, y evitar el error de forzar que la agenda de los temas nacionales y de 48 millones de colombianos quede presa otros cuatro años de la paz y de si negociar o no con 1.400 hombres del Eln.
JOHN MARIO GONZÁLEZ
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