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Días de riesgo

Si lo del 23 de febrero sale mal, podríamos extrañar al Santos que llamaban castrochavista.

No hay duda de que la inmensa mayoría de venezolanos aborrece a Nicolás Maduro, que están invadidos de un inquebrantable sentimiento de cambio y que los cimientos del régimen están agrietados. Pero jugar a que está derrotado y que solo falta un empujoncito puede ser un grave error de cálculo.
De igual manera, jugar a despertar una gran marea humana desde la frontera que desestabilice al régimen, con el megaconcierto de hoy y el contingente de ayuda humanitaria el sábado 23, puede ser una innecesaria provocación que encierra no pocos riesgos. En las actuales circunstancias, como decía Mao Tse-tung, “una sola chispa puede incendiar la pradera” de la elevada carga de penurias e impaciencias que desbordan al pueblo venezolano.
Esperar una gran ola humana puede ser también poco realista si se tiene en cuenta que Ureña y San Antonio cuentan con poco más de 50.000 y 60.000 habitantes, a los que hay que descontar los niños, los chavistas, los que no tienen hambre y los que no se movilicen producto del miedo y el chantaje. Además, con el anunciado ‘contraconcierto’ del Gobierno venezolano, cabe preguntarse ¿cómo reaccionará la Fuerza Armada Nacional Bolivariana si es que la ayuda humanitaria entra a territorio vecino? ¿Qué pasaría si hay un atentado o dispara algún francotirador? ¿Cómo responderán los colectivos armados?
Una innecesaria provocación que dará munición al régimen chavista para esgrimir ante sus aliados que lo que enfrentan es el asedio de grandes potencias, y fracturar la presión internacional en favor de quienes prefieren una solución política y pacífica a la crisis. Presión que ya comienza a mostrar cierta flexibilización con el envío de una misión técnica del Grupo de Contacto Internacional, liderado por Uruguay y México, y que incluye a la Unión Europea.
Porque ese es el otro riesgo, el continuar plegados a la intemperancia de Trump y a la maraña de una supuesta opción militar, para que al final no sean los intereses de Colombia los que necesariamente primen en la resolución de la crisis. El riesgo de obnubilarse con el filón de popularidad y la ganancia de estatus de líder regional, que puede ser flor de un día, y perder la perspectiva de que los intereses de Estados Unidos no son idénticos a los de Colombia.
Si Estados Unidos tiene la capacidad militar y un cambio de régimen le significa recuperar el liderazgo sobre su ‘patio trasero’, al tiempo que fijar un dique de contención a la creciente influencia de Rusia y China en la región, ¿qué sentido tiene que vaya a ajustar dos años jugando a la guerra sicológica mientras Colombia sufre una escalada de migración de venezolanos, la llegada de enfermedades que se pensaba se habían erradicado o una acelerada presencia de guerrilleros y bandas criminales en la frontera que ha provocado un incremento de los asesinatos selectivos a lo largo del río Táchira y de atentados en Arauca?
¿Qué puede pasar si los misiles tierra-aire que Maduro entregó a los colectivos chavistas caen en manos del Eln o si repiten la estrategia cubana de los 80, en el éxodo de Mariel, de vaciar cárceles y hospitales psiquiátricos para enviar al ‘hostil’ vecino?
Si el 23 de febrero marca un punto de inflexión y Maduro cae pronto, estaremos, por fin, en la senda de una solución definitiva y el presidente Duque, en el idilio, que habrá que reconocerle. Pero si logra aferrarse al poder, podremos estar extrañando, vaya paradoja, a ese mismo Santos que llamaban castrochavista y cómplice de la dictadura.
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