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Una agudización de la desaprobación presidencial afectaría la gobernabilidad y la cohesión social.

John Mario González
Aunque la intención de gravar el IVA a la canasta familiar no es el único factor en el abrupto desplome en la aprobación del presidente Duque, tiene algo de justicia señalar que desde 2013 ocurre algo similar en América Latina, como lo muestra el reciente informe Latinobarómetro 2018.
Por los retrocesos económicos o el temor a perder las ganancias de la clase media y populares, en los países con recientes elecciones presidenciales pesa una gigantesca carga de expectativas económicas futuras sobre los nuevos gobiernos, con lunas de miel que se han acortado en tiempo e intensidad.
Por eso, la caída de Duque puede hasta ahora interpretarse como un mero malestar ciudadano que no deteriora el conjunto de condiciones favorables para la acción de gobierno.
Sin embargo, sí es un campanazo de alerta que obliga al Presidente a enmendar la plana, y lleva a cuestionar ¿cómo y con quiénes establece el gobierno sus prioridades políticas?
Porque es evidente el equivocado cálculo de relación con el Congreso, donde muy pronto estará obligado a rectificar. Si bien es bienvenida la intención de poner coto a la ‘mermelada’, el Gobierno no tiene plan B ni mayorías congresionales, ni hay democracia en el mundo que funcione así. Adicionalmente, haber satanizado la sana representación política termina siendo funcional para un gobierno codicioso. Y es que si acierta es por sus virtudes y las de sus amigos, y los laureles se los llevará el Centro Democrático en las próximas elecciones locales y de Congreso. Si yerra es porque “venimos de ocho años de dictadura mediática, lambonería y entreguismo al santismo”, como afirmó en una carta el asesor presidencial Luigi Echeverry. Un documento por demás lleno de errores ortográficos y reflejo de escaso entendimiento de los asuntos políticos y de Estado.
Una segunda enmienda es la de llevar pesos pesados a algunas carteras del gabinete, nombres que otros partidos también puedan exponer y contribuyan a unir y sacar adelante las iniciativas fundamentales de la administración.
Además de aclarar cuál es el norte de su gobierno, otro de los redireccionamientos que deberá emprender Duque es mejorar sustancialmente las bases del Plan Nacional de Desarrollo. Un plan que pretende alcanzar 18 pactos sectoriales, pero que no dice cómo ni con quién. Que además de incluir conceptos gaseosos como los ‘Centros Sacúdete’, dizque para fortalecer las habilidades socioemocionales, o ‘fábricas de productividad’, suena extraño que no tenga ambiciones en materia exportadora en un gobierno que se dice amigo de la iniciativa privada.
En un país con una de las tasas más bajas de exportaciones per cápita en América Latina, la propuesta apenas espera pasar de 7.368 a 8.542 millones de dólares en exportaciones agropecuarias en el cuatrienio. Si hay algo urgente es dejar los paños de agua tibia y lanzarse en un propósito nacional de duplicar las exportaciones. Las ganancias vía el efecto de demanda agregada superarían con creces lo que se pretende obtener con la ley de financiamiento.
Entre las copiosas rectificaciones, ajustes y precisiones que deberá efectuar el Gobierno, también está aplicar una liposucción a la reforma tributaria de un gobierno que se dice austero, y decidirse a negociar o no con el Eln, en cuyo caso tiene que lanzarse a derrotarlo porque, hasta ahora, ni lo uno ni lo otro. El presidente Duque debe tomar muy en serio el campanazo de alerta porque una agudización de su desaprobación puede minar su autoridad, la gobernabilidad y la cohesión social.
@johnmario
John Mario González
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