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Apostar por la videovigilancia

La reducción de los homicidios en Bogotá está muy por debajo de las expectativas.

John Mario González
Sin plan, pensé que sería bueno disfrutar de la tranquilidad mañanera de un 25 de diciembre en Bogotá con una caminata por la 7.a, un café y algo de lectura. Después de un rato, y sin haber ido lejos, bajé a la carrera 13 con calle 47 a tomar el bus con destino al centro, aquel lugar que, convertido en una letrina y morada de la sobrepoblación indigente, lo conecta a uno con la realidad más lúgubre.
Claro que no fue necesario llegar hasta allí para ver el reflejo de la miseria humana, porque por el estrecho andén de la Universidad Católica pasaba un moreno, de mediana estatura, pálido, con una mano completamente ensangrentada. Su caminar no era el de una víctima, sino de quien mirando de reojo escapa de la comisión de un delito. Por instinto, pensé que había apuñaleado a alguien y me asusté, por supuesto.
No sé con cuántos criminales nos topamos a diario, seguramente muchos, en un país que, con 120.000 presos, más 50.000 personas con detención domiciliaria y vigilancia electrónica, tiene una de las poblaciones carcelarias más altas del mundo, de acuerdo con el Instituto para la Investigación de la Política Criminal, de la Universidad de Londres. Un país que también es campeón en impunidad, solo superado por Filipinas, México y Turquía, según el innovador Índice Global de Impunidad del 2015 de la Universidad de las Américas de Puebla, en México.
Así que, aunque estamos expuestos a los criminales, nunca había estado tan cerca de lo que, presumía, debía ser un apuñalamiento o un homicida cogido casi in fraganti. No sabía entonces si saltar a la calle o esperar. Para no despertar su rabia, preferí esperar, y por fortuna siguió derecho. Decidí entonces caminar hacia el norte, a ver si veía a alguien herido para llamar a la Policía. Pero fue suficiente con avanzar media calle para encontrar dos policías en una moto, con el arma desenfundada, a los que les dije: “Allá va, por la 13, hacia el sur, cuadra y media hacia abajo. Allá va”.
Aunque no sabía en realidad qué pasaba, estaba seguro de que ese hombre tenía que dar explicaciones a las autoridades. De repente, la escena tomó ribetes cinematográficos con no menos de 20 policías que aparecieron por los cuatro costados, lo que me puso la piel erizada de satisfacción al ver tan coordinada e inmediata acción policial, que contrastó con su negligencia en otros casos. Uno de los policías me dijo: “Ese tipo mató a una persona en la Caracas, a tres cuadras de acá, y lo veníamos siguiendo con las cámaras de seguridad”. Al parecer, el agredido solo quedó malherido, pero era imposible no pensar en lo conveniente de que no sean apenas 500 o 700 las cámaras de vigilancia en la ciudad, sino 5.000 o 10.000, con reconocimiento facial; es imposible no pensar que sin la cámara del barrio Bosque Calderón que identificó la placa del carro en que se llevaron a Yuliana Samboní, el asesino Rafael Uribe Noguera estaría haciendo de las suyas con total impunidad.
Claro, las cámaras de vigilancia permiten ahorrar recursos en número de policías, ayudan a la efectividad policial y a judicializar a los delincuentes, pero de nada sirven si muchos jueces los devuelven a la casa o a la calle. Eso fue lo que hizo uno con un tal José Álvaro Ibáñez, quien, con antecedentes por el asesinato de siete personas y gozando de un permiso de trabajo, mató al joven Ronald Reynaldo Ramírez en un bus del SITP el pasado 8 de noviembre.
El aumento de las cámaras y la coordinación policial son urgentes en Bogotá, porque a pesar de la creación de la Secretaría de Seguridad, de la capacidad del joven secretario, Daniel Mejía, de una mejor relación entre la actual administración y la Policía, no es cierto que las cifras de seguridad hayan mejorado notablemente, al menos en materia de homicidios.
Si en el 2015 hubo 1.371 homicidios, según el Instituto de Medicina Legal, hasta noviembre del 2016 iban 1.168. Con un diciembre violento como el que tenemos, es muy posible que este año no haya menos de 1.320 asesinatos, una cifra muy elevada para una administración de la que esperamos mejores resultados. Ojalá no repitamos el fracaso de Petro, que en el 2012 logró bajar los homicidios con respecto al 2011, pero los 3 años siguientes fueron de retroceso.
John Mario González
John Mario González
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