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La finca del Zipa

Un breve repaso por la historia previa a la fundación de Bogotá.

Jacques Mosseri
En agosto de 1998, Santafé de Bogotá cumplió 460 años desde el momento en que don Gonzalo Jiménez de Quesada, a nombre de su rey, Carlos V, tomó posesión del lugar con la construcción de 12 bohíos que subcontrató con unos indios de Guatavita y una pequeña iglesia de madera y barro cubierta con un techo de paja. Para la ubicación de estas construcciones, que serían el inicio o fundación de una ciudad española, Quesada reunió en Funza, donde acampó al llegar a la sabana de Bogotá, a un grupo selecto de asesores indígenas que poblaban el área y sabían mucho más que el Adelantado sobre medioambiente, topografía, paisaje, fuentes de agua pura y otros conocimientos indispensables para decidir el emplazamiento de un asentamiento urbano.
Para estar más seguro, Quesada mandó dos expediciones, al mando de subalternos, para chequear lo que decían los indios y asegurar, sobre todo, que el lugar escogido sería válido desde su óptica de estratega militar.
Una de las dos expediciones al mando de un capitán encontró, seguramente con la ayuda de guías locales, un paraje muy hermoso, bordeado por dos ríos de aguas cristalinas y en las estribaciones de los cerros de Monserrate y Guadalupe, que nadie sabe cómo se llamaban en esa época. El lugar era seguro porque tenía como respaldo un terreno escarpado y se podía divisar fácilmente al enemigo cuando este apareciera, proveniente de la tierra plana.
Impresionaron también a los conquistadores españoles la fertilidad del lugar y la belleza del paisaje, sin tener las desventajas del territorio de clima tórrido y malsano, plagado de insectos y animales de todo tipo que acababan de cruzar durante esa expedición inexplicable que venía desde el mar a lo largo del río Magdalena y luego trepando la montaña, y en la cual perecieron más de la mitad.
El lugar escogido tenía además la ventaja de contar con una serie de instalaciones pertenecientes al Zipa, hasta entonces dueño y señor de la región y que allí tenía su lugar de descanso. Dice Mollien, otro viajero europeo que se atrevió a venir por estas tierras en 1823, que los españoles para trazar una ciudad dibujaban una cruz: en el centro de esta ubicaban la plaza principal, y los dos ejes determinaban la dirección de las calles, que en el caso de Santafé les dio por llamar calles y carreras. Era un trazado estricto en cuadrícula geométrica a noventa grados que caracterizó en la América hispana a todos nuestros pueblos y ciudades. De ahí la forma de la actual plaza de Bolívar y el trazado de las calles que la circundan, constituyendo el barrio de La Candelaria.
Sin embargo, antes de decidir el trazado, construir los bohíos y la pequeña iglesia y fundar a Santafé, don Gonzalo se instaló en un lugar un poquito más arriba sobre el cerro, denominado Teusaquillo, que no es donde queda el barrio que surgió muchísimo después, sino donde hoy en día está la plazuela del Chorro de Quevedo. Este lugar fue el inicio exacto de la ciudad española que se llamaría Santafé, luego Bogotá y por fin Santafé de Bogotá, y que ignoró olímpicamente al Zipa y su lugar de descanso.
Así fue la fundación de una ciudad que hoy en día tiene más de 10 millones de habitantes y es el centro no solo del país, sino de una región cercana, densamente poblada y que pide a gritos una planificación integral que tenga en cuenta no solo los factores sociales y económicos, sino que también respete y exalte los valores medioambientales.
Por suerte tenemos actualmente a la cabeza de la Administración al adelantado Peñalosa y a un equipo técnico y profesional bien intencionado que asegura que Bogotá está “lista para la transformación”.
JACQUES MOSSERI
Jacques Mosseri
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