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Verdades incómodas

El final de la guerra ha permitido que otros asuntos ocultos prevalezcan en los debates públicos.

Llegamos a Los Robles, un paraje enclavado en la Cordillera Central, arriba del municipio de Florida, en el Valle del Cauca, después de hacerle el quite al estricto cerco militar que pretendía impedir la llegada de los ciudadanos a la conferencia del M-19, denominada “Congreso por la Democracia”, y que quedó rebautizada en la memoria colectiva como “Congreso de Los Robles”. Allí se discutió sobre la decisión de “ser gobierno” y se destituyó a Iván Marino Ospina por la desafortunada declaratoria de guerra a los Estados Unidos, en alianza con el narcotráfico. Así, pues, fue remplazado, creo que unánimemente, por Álvaro Fayad.
Después de un vehemente discurso de Alfonso Jacquin, (desaparecido en los hechos del Palacio de Justicia) debajo de la techumbre de plástico negro de un improvisado salón de conferencia para aguantar el chubasco paramuno, me atreví a decir, palabras más palabras menos, que si se trataba de gobernar se requería del pronunciamiento del M-19 rechazando las agresiones de Venezuela con respecto a la disputa limítrofe, exacerbada por altas tonalidades verbales y amenazas bélicas. Nadie dijo nada, hubo miradas de reproche. Meses después, ya entrado en las “filas”, entendí el silencio: los fusiles (FAL) ingresaban por Maicao, provenientes del mercado negro de las Fuerzas Armadas del hermano país. Así pues, un pronunciamiento de reafirmación soberana, en ese entonces, una verdad incómoda, políticamente incorrecta.
Pero más allá de lo puramente doméstico, hace unos años, en un escenario mediático, Al Gore, entonces expresidente demócrata de los Estados Unidos, aferrado a los diagnósticos de innumerables estudios científicos, puso el grito en el cielo sobre el posible cataclismo planetario, instando a las naciones del mundo, sobre todo a los países ricos, a tomar medidas urgentes encaminadas a mitigar el calentamiento del planeta, disminuyendo las emisiones de los gases efecto invernadero, causantes de la fiebre planetaria. La cantaleta climática, a sabiendas de las ronchas, la tituló “una verdad incómoda”.
Así pues, décadas después, superando prejuicios y señalamientos, se reconoce que el calentamiento global es una de las preocupaciones de la agenda mundial, expresado en compromisos internacionales (Protocolo de Kioto) y esfuerzos que adquieren las naciones que lo suscriben en los cuales, la verdad sea dicha, los poderosos le sacan el bulto presionados por los “cacaos” de las empresas contaminadoras (petroleras y carboníferas) y a los de acá, los países en desarrollo, se les impone la carga de la mitigación.
Así pues, la verdad incómoda para depredadores poderosos se ha convertido en la amenaza mundial (además de la nuclear en el dedo inquieto de Trump) que mantiene a los gobernantes erizados y a muchos empresarios haciéndose los de la vista gorda para seguir amasando plata a costa de la vida planetaria. Incomoda, pero es la verdad.
Por acá, en los tiempos del final de la guerra, sin duda, han permitido que otros asuntos ocultos salten a las primeras prioridades de las agendas de los debates públicos. La corrupción y sus enlaces internacionales, verdadero rostro de las privatizaciones de empresas estatales, la importancia de las políticas de inclusión, los derechos humanos, entre otros asuntos hoy relevantes. Poco a poco las noticias de la guerra dejan a la luz otros asuntos.
Hace unos días, por ejemplo, se suscitó una discusión por la presentación de una iniciativa en el Concejo de Bogotá para honrar la memoria de los servidores públicos de la Fuerzas Armadas muertos en los momentos del ingreso en el Palacio de Justicia, en la toma armada realizada por el M-19 en noviembre de 1985. Esos servidores públicos, en funciones distintas a la confrontación bélica, en mi entender, son víctimas. Como tal, merecedores de recordación. Es la verdad, aunque para algunos sea incómoda.
HÉCTOR PINEDA S.
*Constituyente
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