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¡Qué chimba de premio!

Reiniciar el camino del relato sin asidero en el mundo real fue difícil.

Héctor Pineda
Cuando al correo llegó la información sobre la convocatoria del IV concurso de cuento Caro y Cuervo, edición 2018, la verdad, andaba por los lados del Caribe en un periplo que se inició en el municipio de Santa Cruz de Mompox, disfrutando el colorido del alba, segundos antes del amanecer y culminó, más al norte, en Santa Verónica, una vereda frente al mar Caribe, en la jurisdicción del municipio de Juan de Acosta, en el departamento del Atlántico. 
Meses antes, una de mis jóvenes sobrinas, abogada de profesión, me había recriminado por andar escribiendo sobre el acontecer de la política cuando, en palabras de ella, “desperdiciaba el talento mostrado en la prosa cargada de giros y figuras propias de los relatos de ficción”. Hice la promesa de incursionar, nuevamente, en los relatos de ficción abandonados por años, atareado en los menesteres de la guerra, primero, y, luego, por la dinámica del activismo de la política sin armas, en estos tiempos del final de la guerra pactado con el M-19.
Reiniciar el camino del relato sin asidero en el mundo real, con cronologías imprecisas y datos no fácticos, fue difícil. Despegarse de la prosa de los acontecimientos fueron mis primeras sensaciones de angustia por la posibilidad de extraviarme en los laberintos de los mundos imaginados, sin el suficiente hilo, como el de Ariadna, para salir del laberinto, como el personaje que quiso describir el acontecer en el manicomio y, en una crónica preciosista, describió el mundo de las locuras de los remedios de la siquiatría que, para siempre, lo perdieron en la maraña y los rastrojos propios de la locura.

Fue una terapia para exorcizar demonios que atormentan la vida, restablecer el cuento de la historia distorsionada por la versión oficial.

Desde los tiempos de la escuela elemental, época en que garrapateaba historias señaladas como “mentiras”, calificadas por mis maestros en un minucioso rigor en los errores de la implacable ortografía y las reglas de la gramática, como también repasando escritos publicados en el desaparecido ‘Diario del Caribe’ y cientos de columnas, incluidas las de este diario, me fueron guiando hasta encontrar el diámetro del hilo adecuado para, en casi seis meses de trabajo sin interrupción, empezar a hilvanar acontecimientos de relatos muy antiguos y recientes, anudados en el recorrido de la experiencia vivida durante la guerra y el espanto de los recuerdos premonitorios de la visita de la mariposa negra en el hogar paterno.
Fue una terapia para exorcizar demonios que atormentan la vida, restablecer el cuento de la historia distorsionada por la versión oficial, impresos en las hojas virtuales de la computadora hasta que, finalmente, una mañana del mes de octubre, apareció todo el relato con el personaje fantasmal zurcido de la personalidad de varios amigos y hermanos del alma, todos ellos tragados por la violencia de la guerra. La ficción, me dije entonces, también restablece verdades y memorias.
Agradecí la reprimenda familiar y me entregué a poner en orden el texto. Ya en el mes de diciembre, la tarea estaba culminada y me puse a la espera de cumplir el requisito de edad para poder concursar. El 3 de enero de 2018, un día después de mi cumpleaños, radiqué el escrito, con el lleno de los requisitos del concurso.
Así, pues, en el morral de la vida, desde el 29 de agosto, ufano, debo incluir el reconocimiento de primer lugar del IV Concurso de Cuento Caro y Cuervo, edición 2018. Recordé, por supuesto, que la Fundación Caro y Cuervo, en 1991, fue de las más mencionadas en los debates de la Asamblea Nacional Constituyente, de la cual hice parte, por cuanto recibió el delicado encargo de hacer la “revisión de estilo” del texto constitucional y, ahora, me galardona con una chimba de premio.
HÉCTOR PINEDA
Héctor Pineda
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