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El demonio, el mundo y la carne

Los humanos actuales tenemos influencia hacia el futuro cuando ponemos en acción la ‘carne erótica’.

Gustavo Estrada
En mi infancia, cuando recién aprendí a leer, Gaspar Astete, jesuita del siglo XVI, de quien los menores de 50 poco han oído hablar, fue el causante de mis primeras confusiones religiosas: “Los enemigos del hombre son el demonio, el mundo y la carne”, dictaminó en su célebre catecismo católico, que me tocó aprender, casi de memoria, a los 7 años.
El demonio, en verdad, me quitaba el sueño. Mi abuela, dizque lo había visto, decía que tenía cachos y cola. Las cajas de fósforos de la época mostraban su perversa imagen, que poco asustaba a los fumadores para que dejaran el vicio. Era claro que este sujeto, de cuya existencia nunca dudé, era un temible adversario.
Pero ¿cómo era posible que el mundo, donde yo existía y que estaba apenas descubriendo, pudiera ser mi enemigo? ¿Y la carne? ¡Qué horror! ¿Cómo ‘diablos’ la carne, el tema central de esta nota, podría estar en contra mía? Mi madre nos exhortaba con frecuencia: “Tienen que comérsela porque es alimenticia y… cara”. (Este columnista ahora la consume poco).
La gente de escasos recursos comía poca carne; su precio, en contraposición, nunca ha sido problema para los adinerados y, en el siglo XXI, paradójicamente, son ellos quienes la están abandonando. El porcentaje actual de vegetarianos es bastante alto en algunos países ricos. A manera de ejemplo, en Suiza, Alemania, Suecia, Israel y Australia, entre el diez y el quince por ciento de su población es vegetariana.
Tiempo después me enteré de que ‘carne’ era también sinónimo de ‘sexo pecaminoso’, aprendí el significado de ‘fornicar’ y descubrí que a los bebés no los traían los ángeles ni las cigüeñas, sino que los padres tenían que ‘fabricarlos’. (Los niños actuales saben todo esto desde los 3 años). Pedro Antonio Uribe Toro, poeta humorístico del Valle del Cauca, le preguntaba a la Iglesia, con mucho humor: “Si el hombre no fornica, ¿cómo entonces se multiplica?”.
Sin entrar en las sutilezas de veganos, lacto-vegetarianos y ovo-vegetarianos, ¿por qué la gente no quiere ahora comer carne? Las razones para tan clara tendencia van desde beneficios directos para la salud, pasando por la disminución de las torturas a las que son sometidos los animales durante su cautiverio y su sacrificio, hasta la reducción de la contaminación ambiental que causan las emanaciones gaseosas del ganado.
Aunque las dos últimas consideraciones son inobjetables, a los beneficios del vegetarianismo para la raza humana les apareció un contradictor de grueso calibre.
Nuestros remotos antecesores en la evolución comenzaron a consumir carne hace unos dos millones de años, cuando se inventaron la cacería o se les ocurrió comerse lo que dejaban los leones.
Según investigaciones recientes, sin esa carne, el cerebro del ‘Homo habilis’, nuestro superlejano tatarabuelo de hace dos millones de años, se habría quedado en 400 centímetros cúbicos, el tamaño que tenía entonces y que tiene hoy el cerebro del chimpancé (en vez de los 1.350 del actual cerebro humano). Allí la evolución natural quizás se habría estancado o tomado rumbos diferentes.
La carne erótica, que conduce a la multiplicación biológica y a la supervivencia de la especie, y la carne animal, que nuestros antepasados comenzaron a consumir sin saber que se volverían inteligentes en unas cuantas centenas de milenios, son complementarias.
Los seres humanos remotos tuvieron en el pasado influencia positiva en nuestra evolución cuando comenzaron a consumir carne animal, y los humanos actuales tenemos hoy influencia hacia el futuro cuando ponemos en acción la carne erótica que nos permite reproducirnos, sin saber tampoco hacia dónde evolucionaremos en el próximo millón de años.
Sin la carne erótica —si misteriosamente todo el género humano se tornara frígido y renunciara a reproducirse—, pues nos extinguiríamos en menos de un siglo. Y sin la carne alimenticia, la que le agrandó el cerebro a los ‘Homo habilis’, seríamos —otros serían— primitivos sin caminos para evolucionar, fabricando hachas de piedra y escarbadores de insectos, muy erguidos, eso sí, pero sin conocimientos ni interés alguno para inventar cosas maravillosas.
GUSTAVO ESTRADA
Autor de ‘Hacia el Buda desde Occidente’.
En Twitter: @gustrada1
Gustavo Estrada
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