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La reforma Trump puede desatar una guerra de baja de impuestos a las empresas en todo el mundo.

Guillermo Perry
La reforma tributaria prometida por Trump fue aprobada el jueves 16 en la Cámara del Congreso gringo con solo votos republicanos a favor. Dos días antes, los republicanos del Comité del Senado aprobaron un proyecto que tiene diferencias importantes con el de la Cámara. No se sabe aún si la plenaria del Senado lo aprobará la semana próxima y que pasará con la conciliación.
Como esta sería la primera victoria legislativa de Trump, su gobierno se la está metiendo toda para no volver a fracasar como le pasó con el intento de desmantelar la reforma de salud de Obama. Pero en el Senado la mayoría republicana es más exigua y hay republicanos pesados que votan con mayor independencia. Varios de ellos han criticado ya algunas propuestas.
La reforma propone bajar la tasa a las empresas del 35 al 20 por ciento y un cambio de régimen para las utilidades de inversiones norteamericanas en el exterior, que hoy día resultan con un menor gravamen si se reinvierten donde se originan. Esta parte de la propuesta es aplaudida por el sector empresarial y por economistas conservadores como Martin Feldstein, de Harvard.
Sin embargo, a la mayoría de los analistas les preocupa el considerable aumento del déficit y la deuda pública que acarrearía. El Tesoro considera que este sería solo temporal, pues supone que la reforma producirá un aumento importante en la inversión y el crecimiento. Pero esto es muy improbable porque: 1) las inversiones gringas en México y otros países en desarrollo lo que buscan es aprovechar menores costos salariales y no tanto pagar menos impuestos; 2) aunque podría redireccionar inversiones desde Europa y Japón hacia EE. UU., en la práctica puede ocasionar una guerra de bajas de tasas en los países industrializados para mitigar ese efecto, con lo cual todos los gobiernos perderían recursos y las multinaciones recibirían un enorme regalo, sin cambiar donde invierten.
Pero las críticas más fuertes de los demócratas, otros economistas norteamericanos (Stiglitz, Krugman, Roubini) y revistas como ‘The Economist’ tienen que ver con los impactos sobre equidad. Durante las últimas décadas, el ingreso nacional se ha venido concentrando mucho en el 5 por ciento más rico de la población, como lo ha demostrado Picketty, y las rebajas propuestas a personas naturales se concentrarían de nuevo en este grupo, acentuando la creciente desigualdad gringa. Irónicamente, fue el desagrado con ese fenómeno lo que llevó a muchos gringos de clase baja y media a votar por Trump. Nadie sabe para quién trabaja.
La aprobación de la reforma puede complicarse por su regresividad y el déficit que produciría. El Senado, preocupado por el impacto en la deuda pública, propone que varias de las rebajas a las personas naturales sean solo temporales y reducir el subsidio al seguro de salud de Obama. Pero eso haría que la clase media y baja acaben con mayores impuestos y menores beneficios, agravando la ya alta impopularidad de la reforma en las encuestas de opinión.
También propone eliminar la deducción de impuestos estatales y municipales, lo que tiene en armas a los congresistas de Nueva York y otras áreas de alta tributación local, cuyos habitantes acabarían sufriendo mayores gravámenes.
Trump quiere pasar a la historia con una reforma como la de Reagan de 1986. Pero incluso los republicanos reconocen cuatro grandes diferencias: 1) la de Reagan no aumentaba el déficit; 2) era más ‘estructural’; 3) se basó en un informe riguroso de una comisión asesora; y 4) fue aprobada por consenso, después de dos años de discusiones y enmiendas, y no a las patadas, como esta.
Hay semejanzas y diferencias entre el debate tributario gringo y el que comienza a advertirse en la campaña electoral colombiana, que discutiré en una próxima columna.
GUILLERMO PERRY
Guillermo Perry
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