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El personaje que no fue

El próximo Presidente tiene que aprender de los errores de Santos para no reincidir en ellos.

Guillermo Perry
Los medios acostumbran señalar los personajes del año por estas épocas. Voy a desviarme de esa práctica para analizar el caso de alguien que ha debido ser el personaje del año en Colombia, por haber logrado la desmovilización del grupo guerrillero que asoló al país durante cinco décadas, y no lo fue, como lo indican sus bajísimos índices de popularidad. No se trata de juzgar a Santos (eso lo hará la historia), sino de precisar las razones de tan peculiar situación, con la esperanza de que su sucesor logre evitarlas.
La desmovilización de la mayor parte de las Farc y la reducción de los índices de violencia en el país son hechos incontrovertibles. ¿Por qué no se le reconocen a Santos? Porque lo que interesa a los colombianos es vivir en paz, y sienten que eso no se ha logrado por tres razones.
La primera. Por una imperdonable falta de planeación y coordinación entre las entidades de gobierno, en muchos de los territorios que estaban bajo control de las Farc aún se padecen la violencia y el miedo por culpa de miembros de esa organización que no se plegaron al acuerdo, del Eln, de las ‘bacrim’, del narcotráfico o de organizaciones de derecha que se han dedicado a asesinar líderes sociales. Cuesta trabajo entender por qué el gobierno Santos no se preparó para el posconflicto y lo ha manejado tan mal, cuando este era su principal propósito.
La lección para el sucesor es clara: cualquiera que sea su objetivo central, no basta con firmar papeles o hacer aprobar leyes. La implementación es fundamental y exige mucha preparación y esfuerzo cotidiano de dirección y coordinación. En esto hubo un abismo entre el gobierno de Uribe y el de Santos. En parte, por ello hay aún tanto uribismo y tan poco santismo.
La segunda. En lugar de utilizar el proceso de negociación y la implementación del acuerdo para sanar heridas y lograr la reconciliación, Santos optó por hacerle el juego a Uribe con la estrategia política más absurda para un Presidente que buscaba la paz: dividir el país entre amigos y enemigos de la paz. Desde que el santismo optó por esta estrategia, para asegurar la reelección presidencial, llamé la atención sobre sus enormes riesgos, entre ellos los de que agudizaría la oposición al proceso y debilitaría el poder de negociación frente a las Farc, tal y como ocurrió.
Santos pensó que de todos modos ganaría el plebiscito y sepultaría políticamente a Uribe. Sucedió exactamente lo contrario, con un enorme perjuicio para el éxito del objetivo de reconciliación. Acá la lección también es clara: se trata de sumar y no de restar para lograr plenamente los objetivos de un gobierno. Para eso hay que tener paciencia y ser generoso con los adversarios políticos.
La tercera. A muchos colombianos no les gustó un Presidente que a veces parecía más interesado en buscar el apoyo y los aplausos de la comunidad internacional que el de sus conciudadanos. Algunos de los mayores errores de la negociación se debieron a los afanes presidenciales dictados por los tiempos de la agenda internacional. Recuérdese, por ejemplo, que el Presidente pasó por encima de sus negociadores nombrando un grupo ad hoc para culminar apresuradamente el acuerdo sobre la Jurisdicción Especial para la Paz.
Además, como varios comentaristas señalamos en su oportunidad, el plebiscito se perdió en parte porque el Presidente, en lugar de recorrer el país para explicar y ambientar el acuerdo, se dedicó a hacerlo fuera de las fronteras patrias. No se trata de subestimar la importancia de las relaciones internacionales (el gobierno Uribe, por sus errores en esta materia, acabó muy aislado del resto del mundo), sino de lograr un balance adecuado. Otra lección clara para el sucesor.
P. S. Esta columna no aparecerá la próxima semana, motivo vacaciones. Les deseo un feliz Año Nuevo.
GUILLERMO PERRY
Guillermo Perry
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