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Glifosato para la cabeza

Un pellizco viene bien para saber que seguimos vivos, que nos queda todavía el deber de la rebelión contra la arbitrariedad. No importa de dónde venga.

De vejez, y de inteligencia, se murió Zygmunt Bauman, el gran pensador polaco. Se armó contra los alemanes en la segunda guerra; después, con menor éxito, frente a la idiotez, tratando de alertar al mundo que tenga cuidado de seguir pisando la trampa de los enmascarados dueños de la chequera.
Dejó manifiesto, hasta quedar sin aliento en filosofía profunda, algo que en este, nuestro piso de barro, podemos decir sin adorno: miles de millones de habitantes de la Tierra tragamos como postre el anzuelo de la democracia de aserrín, el dictado de menos de mil potentados y sus gobernantes a sueldo que le mandan a esta sociedad, a la que lograron licuarle las ideas, qué balbucir, cuánto saber o cómo morir con pobre silencio mientras, sin vergüenza, vamos entregándonos a la sepultura vestida de centro comercial a donde en fila vamos a llenarnos de bisutería, de ilusiones de evolución pagaderas a plazos. Quien no cumple la deuda con dinero lo hace de su propia carne: los prestamistas, recordemos, no perdonan.
El Estado está en crisis, pero no una crisis por su propia definición temporal con alguna solución hacia el futuro, sino una que se instaló para quedarse. No gobiernan los gobiernos, lo hacen los empresarios, de manera que jamás en la historia hubo semejante concentración de riqueza y poder global en tan pocas manos. Eso explica que las promesas sociales de campaña terminen barridas bajo la alfombra del candidato después de ganar las elecciones, mientras las redes sociales envuelven mentiras disfrazadas de gritos de independencia. Cosas que, en muchas obras que vale la pena leer para alimentarse un poco de resistencia, observó rigurosamente el señor Bauman.
Un informe creíble a las puertas del pasado Foro Económico Mundial de Davos señala que ocho personas en el planeta poseen la riqueza de la mitad de la población mundial.
La muerte de Bauman no suscitó noticia de relieve. Lo fue el leve dolor muscular de James; la foto ‘viral’ del culo de Kardashian; el tuit de algún reguetonero revelando cuántas veces al día orina en la puerta de quienes lo aman. Hace metástasis la inyección de glifosato que nos siguen metiendo en la cabeza, la miseria existencial acallada en selfis. Un pellizco viene bien para saber que seguimos vivos, que nos queda todavía el deber de la rebelión contra la arbitrariedad. No importa de dónde venga.
Gonzalo Castellanos
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