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Casa del terror

Si torturan niños mientras los vecinos oyen y pasan, de qué serviría agarrar capos de la corrupción.

Ofrezco excusas si incomoda que le quite un espacio valioso a comentar sobre el productor de cine que ha acosado a bellas actrices de Hollywood e imaginar detalles de su próxima película, pero, aunque sea inoportuno frente al interés masivo, quisiera preguntar si puede uno transitar en las noches al lado de una vivienda con ventanas clausuradas en donde se oyen “gritos desgarradores” y seguir indiferente. Si logra alguien ir cotidianamente de la oficina a la cama, ¿no indagar o, menos, dar aviso?
Todo indica que sí. O eso dicen las breves noticias sobre la existencia de una “casa del terror” (como la bautizaron sus vecinos) en pleno centro de Ibagué y en donde, al parecer por prolongado tiempo, operó un centro de tortura de menores al abrigo del letrero de fundación social.

Se afirma que ahora los vecinos están indignados. ¿Y antes, qué? ¿De verdad, ninguno dijo nada a la Policía, Fiscalía o al Instituto de Bienestar Familiar?

Se afirma que ahora los vecinos están indignados. ¿Y antes, qué? ¿De verdad, ninguno dijo nada a la Policía, Fiscalía o al Instituto de Bienestar Familiar (entidad que tenía convenios con aquella fundación, según las mismas noticias)? ¿Tanta puede llegar a ser la convicción sobre la inutilidad de las autoridades como para no arriesgarse a derrochar un segundo delante de ellas, aunque cerca un ser humano agonice? ¿Deambulamos así profundamente sedados por la corrupción, la impunidad y todas las demás formas extremas de violencia como para abstenernos de mover un dedo en ayuda de todo cuanto, comparado, parece pequeño? O, peor: ¿acaso alguien sí informó oportunamente y la nota, como tantas, quedó errando entre escritorios, memoriales y ese letargo del mediodía?
Menores víctimas de hechos como estos son descritas en el lenguaje oficial en situación de “pobreza y vulnerabilidad extrema”. No faltan los que prefiguran que esa terminología técnica y ciertamente distante significa más bien un rótulo al cuello que permite hacer con ellos lo que venga en gana; la idea de que nacieron, son y seguirán siendo vulnerables. No están, solo son, y edifican largos cuadros de estadísticas.
Entendiendo que, en materia de delitos, en el país avanza aquello que obtenga la bendición de despertar atención del Fiscal, aunque no quería resultar lacrimosa, esta columna busca pedirle que lo haga en tan alarmante caso. Si torturan niños mientras los vecinos oyen y pasan, de qué serviría agarrar capos de la corrupción. Aunque repetido, no sobra interrogarse: ¿qué es primero?
GONZALO CASTELLANOS V.
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