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Armas muertas

Inhabilitar las armas le da una posibilidad al relato, a la verdad, a decir las cosas en la cara.

Señores de la guerra, señores políticos que se duelen de cualquier acuerdo o ilusión de paz que no sea diseñada a su medida: ustedes, que no han puesto sangre pero quieren seguir lucrándose con heridas de otros, con víctimas ajenas; ustedes, señores, que espolean odio para intercambiarlo por votos, por viscosidades de poder y vanidad, ustedes que los domingos sin falla se persignan en las iglesias mientras se duelen de no tener en la sala de armas y rezos la cabeza disecada de los enemigos, reciban una noticia, tal vez ácida para ustedes, pero con el correr del tiempo importante para sus hijos o nietos: sucede que miles de armas de las Farc (esas que propagaron consternación durante años) están silenciadas y se derretirán como plastilina.
Antes de ser deshilachado vivo (o muerto) por los comentaristas que no toman un minuto para terminar de leer lo que empiezan, me siento llamado a aclarar que no votaré por ningún líder que venga de las Farc, que a ninguno invitaré o le recibiré una cerveza. Igual que a los cómodos amos de la guerra que cosechan anticipando el fracaso del más mínimo o ambicioso intento de paz, igual que a los asesinos a sueldo de la ultraderecha desenmascarada, a los líderes de las Farc también los considero culpables del dolor corrido, de la sangre servida en este país.
Pero, con la libertad ingenua o profunda de hacerlo, creo, como millones de habitantes, que inhabilitar las armas le da una posibilidad al relato, a la verdad, a decirle a cada uno en su cara, sin necesidad de triturarlo, la culpa que guarda y debe reconocer. Que ese armamento teñido de muerte llegue ahora a la casa del Ministerio de Cultura, cómo puede resultarle ofensivo o traicionero a alguien. ¿Acaso no es este el mayor simbolismo ante una sociedad que tiene el derecho (y la obligación) de llenarse de lectura, de música o artes, más que de infecundas tácticas del miedo?
Señores del odio, amarren su bacteria. Respiren. Recuerden que incluso el expresidente Uribe dijo (y pareció sincero, aunque hoy viva del fuego) que un niño abrazando un instrumento musical no toma en sus manos un arma. Pues, ya sucedió, ¡¡aceptémoslo¡¡ Se callaron esas armas, es el momento, no se necesita cortar más cabelleras para el triunfo esquizoide. Por qué intoxicar esto con predicción o planes de fracaso. Dennos la oportunidad.
GONZALO CASTELLANOS
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