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Preocupación más allá del debate

Nos quedan dos semanas intensas, muy agresivas y de gran incertidumbre.

Mucho se puede especular sobre los verdaderos vencedores y derrotados de la jornada electoral del pasado domingo. Que ganó el cambio. Que perdieron la clase política y los partidos tradicionales. Que se castigó al Gobierno. El fin de la era Uribe. Yo interpreto que el país se pronunció de forma contundente por un cambio, pero de las costumbres políticas y de la forma como tradicionalmente se ha hecho la política en Colombia.
Ya hace dos años habíamos sido notificados de ese sentimiento popular con motivo de las elecciones regionales. Así ocurrió en las principales ciudades, incluyendo a Bogotá, Cali, Medellín, Bucaramanga, Cartagena y muchas otras intermedias, en donde se concentra el 75 % del electorado. Los alcaldes elegidos provinieron de movimientos ciudadanos y agrupaciones alternativas, y en muchos casos se trató de personas muy poco conocidas, verdaderos recién llegados al escenario electoral.
Las redes sociales han posibilitado la exitosa irrupción de estos candidatos. Con mensajes muy sencillos, concretos, la mayoría en contra de “los políticos” y los partidos y de la corrupción y la politiquería. En muchos casos también con propuestas populistas, muchas de ellas irrealizables. En esto último, no muy distintas de lo que tradicionalmente han sido las promesas de los políticos de siempre.
Apenas empezando a superar los gravísimos impactos de la pandemia en materia de salud, empleo, ingreso y empobrecimiento general de la población, el ambiente no podía ser más propicio para que se manifestaran de nuevo y con mayor fuerza estas naturales expresiones de protesta. No podía ser de otra manera.
Lo que además se ha evidenciado es que los colombianos no creen y, por lo tanto, no aprecian sus instituciones. Ni del Gobierno ni del sector privado. Pocas pasan raspando el examen crítico de la ciudadanía. Ni la justicia, ni la Policía y las Fuerzas Armadas, ni los empresarios, ni los medios de comunicación ni siquiera la Iglesia. Hasta ya me pregunto si los colombianos aprecian y están comprometidos con la defensa de su democracia y su Constitución. No lo sé.
Muy poco interés han despertado los programas y propuestas. Los debates que ahora se reclaman en nada han influido ni, de realizarse, lo conseguirán. Ambos candidatos se han esforzado por difundir y defender sus propuestas, algunas muy polémicas, pero eso no ha importado en absoluto. Incluso lo referido a pensiones, tributos, hidrocarburos y gasto público, que han suscitado mayor interés y controversia, tampoco han ocupado su esperado espacio en el debate electoral. Ha pesado más la frase ocurrente y efectista, no importa que esté vacía de contenido.
Y es que en esto no hay que engañarse: los quince millones de personas que votaron por Petro y por el ingeniero Hernández lo hicieron, más que por sus ideas, como una expresión de protesta y rebeldía. Aquí la gente votó contra todo. Con rabia, con odio, con resentimiento. Y me temo que así volverá a ocurrir en la segunda vuelta.
En este escenario, Fico terminó pagando un alto precio al ser el candidato del continuismo. Sus propuestas no animaron y terminó recogiendo todo el descontento del apoyo de los partidos políticos que una vez más poco contribuyeron a su resultado electoral. Sergio Fajardo, como lo vaticiné al día siguiente de las consultas, padeció un calvario hasta el último día. La “remontada” nunca ocurrió, pero celebro sinceramente que haya alcanzado el umbral y no sume a su precario resultado electoral las preocupaciones por las deudas contraídas.
Nos quedan dos semanas intensas, muy agresivas y de gran incertidumbre que van a contribuir, muy a mi pesar, a profundizar la polarización, los odios y la rabia generalizada que se extenderán al próximo cuatrienio. Un tema para pensar en serio. No solo frente al debate sino también en términos de gobernabilidad y del estado de nuestra sociedad.
GERMÁN VARGAS LLERAS
(Lea todas las columnas de Germán Vargas Lleras en EL TIEMPO aquí).
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