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¿Puertos, regreso al pasado?

Gobierno debe facilitar las decisiones de inversión, tecnología e infraestructura para los puertos.

Ya nadie recuerda a Colpuertos. Fue el símbolo de una era en la que el tráfico marítimo del país estaba en manos de monopolios estatales y de sindicatos obstruccionistas. Nada mejor para mantener la economía de espaldas al mundo que unos puertos atrasados que se demoraban días para descargar un buque.
La productividad de los puertos colombianos no era muy diferente a la que se veía en el siglo XIX. A la economía le costaba esa situación más de mil millones de dólares al año. Hasta que el presidente Gaviria le apostó a la privatización de los servicios portuarios. Esos cambios transformaron la productividad, la eficiencia y la competitividad del país.
Esa revolución portuaria le ha significado al país innumerables ventajas: reducción de fletes, tiempos competitivos de cargue y descargue, incremento de los volúmenes de comercio exterior, disminución de costos a los sectores productivos, desarrollo regional... Sin embargo, ese paradigma se encuentra en crisis ante las nuevas tendencias que están transformando estructuralmente la industria portuaria.
Revisando la literatura sobre el tema se identifican una serie de tendencias que están poniendo a los puertos colombianos bajo condiciones de alta vulnerabilidad y en severo estrés (Cepal, ‘Reflexiones sobre el futuro de los puertos’. Sánchez y Mouftier, 2016, entre otros). La ampliación del canal de Panamá ha creado una demanda de servicios portuarios muy diferente a la del pasado. Se ha despertado un apetito generalizado en la cuenca del Caribe, Centroamérica y el Golfo de México por las inversiones portuarias. La construcción de nuevos puertos y la modernización de los existentes en otros países es ya una realidad. Esto obliga a los puertos colombianos a invertir o que otros destinos se tomen su mercado.
La consolidación de una tendencia mundial hacia los megabuques de contenedores es otro factor que modifica estructuralmente la situación para nuestros puertos. Quien no se adapte a recibir esos barcos gigantes va a perecer. La capacidad promedio de los buques de contenedores creció, entre 1996 y 2015, en 90 por ciento. Acomodar esas dimensiones cada vez mayores exige modificar la infraestructura de acceso y de atraque, además obliga a manejar intensos picos de descargue con su impacto en costos. Esas inversiones son indispensables si no queremos regresar a la obsolescencia portuaria.
Según Yvo Saanen, experto en la materia, la adaptación de los puertos a los megabuques incrementará los costos operacionales en 17 por ciento y la inversión en equipos para adaptarse sería del orden de 35 a 75 millones de dólares por posición. El Gobierno debe facilitar las ineludibles decisiones de inversión, tecnología e infraestructura que necesitan los puertos para poder mantenerse a flote.
Las grandes navieras del mundo se están integrando globalmente e ingresando en el negocio de puertos. Como si fuera poco, no solo se va a intensificar la competencia entre facilidades portuarias en el Caribe y en el Pacífico, sino que también tendrán nuestros puertos que vérselas con los gigantes de la industria.
Los márgenes de rentabilidad se están comprimiendo al extremo. La viabilidad de la industria portuaria exige un nuevo paradigma de políticas públicas. Un Estado que entienda que económica y geopolíticamente tener puertos fuertes es estratégico y que además contribuya a asimilar las ya irreversibles realidades. De lo contrario, los puertos colombianos entrarán en una nueva era de decadencia.
Dictum. Clarita, que su herencia no sea un golpe de mano al régimen laboral, a los pactos colectivos y las cooperativas de trabajo.
GABRIEL SILVA LUJÁN
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