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La mano al dril...

La guerra interna consumió en el pasado buena parte del presupuesto de seguridad nacional.

Gabriel Silva Luján
Muchos guerreristas criollos atizan, felices, la hoguera de una confrontación con Venezuela. Con ligereza extrema, que no corresponde a las dignidades que ostentan ciertos parlamentarios, diplomáticos, funcionarios y líderes de opinión, estos andan dedicados a pontificar sobre los complejos asuntos de la seguridad nacional. Ahora todos ellos son expertos y hablan públicamente con una propiedad pasmosa sobre las estrategias, las tácticas, las capacidades bélicas y el teatro de la guerra. No dimensionan que esas actitudes no pasarán inadvertidas en Caracas.
El tema ya se coló en la discusión presupuestal en el Congreso. El ministro de Defensa, Guillermo Botero, dijo recientemente que no estaba en capacidad de hacer las inversiones para garantizar la seguridad nacional si su presupuesto es el que hoy está bajo consideración del Legislativo. En eso le cabe algo de razón. La guerra interna consumió en el pasado buena parte del presupuesto de seguridad nacional. La inercia de ese gasto continuará gravitando inevitablemente por varios años sobre las finanzas del sector defensa, aunque el proceso de paz ha contribuido sensiblemente a frenar dichas erogaciones.
El atraso presupuestal más crítico se manifiesta en la desactualización de las capacidades estratégicas de las Fuerzas Militares. Según el ministro Botero, le hacen falta dos billones de pesos el próximo año para poder asegurar los objetivos de la seguridad interna y externa. Mucho me temo que está subestimando las necesidades financieras del sector, teniendo en cuenta los múltiples objetivos que se ha propuesto la administración Duque.
Las metas que se conocen conllevan gastos adicionales que no son menores. La disminución en 70 por ciento del área cultivada de coca, pasando de 220.000 hectáreas a 66.000 en cuatro años, obliga a una reducción promedio de 40.000 hectáreas anuales, incluyendo resiembras. Solo esta meta requiere –por bajito– la asignación de más de 2,5 billones de pesos adicionales para el periodo.
La lucha contra las disidencias de las Farc, el Eln y las bandas tiene la ventaja financiera de que una porción de la capacidad instalada existente se puede reorientar hacia ese objetivo. Pero cuando se les suma la ofensiva a los demás eslabones de la cadena, ese esfuerzo podría costar –a ojo de buen cubero– entre 1 y 2 billones de pesos adicionales en cuatro años. Para no hablar de la lucha contra la dosis mínima en las calles, iniciativas que sin duda costarán miles de millones de pesos e incontables horas-hombre.
La conclusión es que, incluso dándole al ministro Botero el aumento presupuestal que pide, no le alcanzaría –ni de cerca– para hacer un ‘upgrade’ significativo de las capacidades estratégicas de nuestras Fuerzas Militares. Conseguir esa plata afuera es complejo, demorado y generalmente condicionado a la adquisición de los equipos determinados por el financiador. De allí que toca buscar otras fuentes.
Se impone la búsqueda de otro camino, dadas las necesidades corrientes de ingresos para el Estado, que están pendientes de financiarse y dependen de la reforma tributaria. Es claro que no hay forma de sacar plata de las pensiones, la educación, la salud, la paz y los programas sociales para destinarla a la disuasión bélica. La única manera, y la más equitativa, es revivir temporalmente el impuesto al patrimonio. Esa es una forma justa para que los que más tienen que perder sean los que más contribuyan.
Dictum. De un heredero de Poe. “Everything is us / Without us, nothing / No shoes, no lace / No subtle shade / No rest, no night / Always cold, always white”. Frederick Foss
GABRIEL SILVA LUJÁN
Gabriel Silva Luján
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