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Paz territorial y regional

Llevamos varias décadas pensando y construyendo región frente a la superación del conflicto.

Los territorios son los lugares de la paz o del conflicto. Por eso considero pertinente dedicar varias columnas al tema. Es allí donde están las victimas personales y colectivas. Donde se victimizó la tierra con la minería de retroexcavadoras, la coca y el glifosato. Donde están las fosas comunes y la memoria del dolor y del terror.Donde podemos reconstruirnos espiritualmente como seres humanos en verdad: reparación, reconciliación y no repetición.
El Gobierno y las Farc definieron una lista de municipios donde se dan las variables de la violencia. Con esa lista se tiene un punto de partida, pero no se tienen todavía regiones con capacidad de hacer, con los pobladores, los cambios estructurales indispensables para terminar las causas del conflicto.
Para tener regiones –es decir, territorios con un sentido humano público–, uno puede situarse en esos municipios seleccionados, pero desde allí hay que extenderse hasta tener una comunidad mayor y un espacio suficiente, y esta ampliación, que desborda la lista acordada, tienen que hacerla los ciudadanos del territorio y no las oficinas de Bogotá.
Llevamos ya varias décadas en Colombia pensando y construyendo región frente al horizonte de la superación del conflicto, y esa experiencia –que se acumula en realidades como Redprodepaz, Red de Programas de Desarrollo y Paz, en el desafío interétnico del Cauca– y otros ejercicios como el que hemos acompañado en el Magdalena Medio tienen aprendizajes que hay que mirar.
La región por construir es una totalidad social, económica y ecológica, flexible en sus bordes, que no coincide con los departamentos, que ha visto surgir un sentido común cultural compartido por grupos de distintos orígenes; donde es posible un desarrollo de iniciativas de producción y de mercado que permiten pensar en una suficiencia endógena de bienes básicos, ante todo producción de alimentos y servicios dignos de salud, y una articulación con los mercados nacionales e internacionales en condiciones crecientes de competitividad. Y donde hay un espacio físico, de capital natural, en ríos, montañas, valles, flora y fauna; en unidad orgánica, compenetrada con la cultura, capaz de ser sostenible y en expansión dentro de un ordenamiento.
Estas condiciones no ocurren espontáneamente, requieren una comunidad humana que busca un propósito para hacer del territorio una región.
La región así da identidad y sentido de pertenencia o, en el planteamiento de los indígenas, una herencia de responsabilidad radical porque los seres humanos pertenecen al territorio y tienen la responsabilidad de cuidarlo, pero no son sus dueños.
La región puede ser un conjunto de 20 o más municipios rurales interconectados. O la cuenca de un gran río. O tres o cuatro ciudades intermedias. O una gran ciudad con su entorno industrial y agroindustrial. Y cuando los pobladores se asumen ya no solo como comunidad cultural, sino como sujetos en plena responsabilidad pública, como ciudadanos, las regiones, en el espíritu de la Constitución del 91, actúan como parte constitutiva del pueblo soberano, que hacen con las demás regiones nuestra nación.
Cuatro o cinco municipios escogidos, que concentren en un departamento las ayudas para el posconflicto, no van a producir esta transformación. Incluso, lo que emprendan no será económicamente viable en mercados y empleo y no podrán controlar su propio hábitat ecológico intervenido por los vecinos que no pertenecen al grupo. Más grave aún, los otros municipios del entorno, que también han vivido el conflicto, van a recibir mal el encontrarse excluidos. Y el empoderamiento ciudadano, que es regional, tampoco podrá sobreponerse a los aparatos violentos y mafiosos del posconflicto que buscan el control territorial.
FRANCISCO DE ROUX
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