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Una profesión de alto riesgo

Hay muchos factores que están afectando la vida de hombres y mujeres dedicados a la docencia.

Resulta paradójico que mientras ha mejorado de manera importante la condición profesional y económica de los maestros, su fragilidad emocional se ha ido resquebrajando. Esto se manifiesta en el altísimo porcentaje de consulta psiquiátrica registrado en los servicios de salud y que debería preocupar mucho a las autoridades educativas nacionales y locales.
No es extraño que en un país como Colombia, acosado por tan diversas manifestaciones de violencia, dificultades de convivencia y todo tipo de inseguridades vitales, haya problemas crecientes de salud mental, pero es muy grave que estas enfermedades se vuelvan reiterativas en un grupo profesional que tiene a su cargo la formación de las nuevas generaciones.

La acumulación de factores psicosociales negativos o desfavorables convierte la docencia en una categoría socioprofesional de riesgo para la salud.

Francisco Alonso Fernández, en un artículo publicado en la Revista Iberoamericana de Educación en 2014, señala que “la función propia del profesor impone una vida no solo sacrificada, sino amenazada seriamente por riesgos para la salud mental. La acumulación de factores psicosociales negativos o desfavorables convierte la docencia en una categoría socioprofesional de riesgo para la salud. Entre los tres pilares básicos presentes en el modo de vivir la ocupación laboral, que son la estimación sociocomunitaria o el reconocimiento de los demás, la retribución económica y la satisfacción personal, los dos primeros suelen tener un rotundo signo negativo en la ocupación docente”.
Si bien la profesión de los educadores tiene un aspecto altruista que genera muchas satisfacciones, es claro que en el aspecto salarial parece haber un permanente estado de insatisfacción colectiva que conduce a frecuentes movilizaciones reivindicativas que han logrado indiscutibles mejoras, pero también alimentan la sensación de que aún se está muy atrás de otras profesiones y en un vergonzoso abandono del Estado. Esto no contribuye a construir una identidad digna y fuerte, aun si los ingresos son elevados.
De otra parte, los cambios sociales han ido menguando la imagen de autoridad que tuvieron los maestros en otras épocas. Además de recibir la presión y exigencia de los gobiernos para mejorar los resultados de aprendizaje de la población escolar, cada día resultan más cuestionados por los padres y los mismos estudiantes. Muchos de sus errores van ahora a instancias judiciales, y los rectores han sido cargados con responsabilidades que los hacen objeto de investigaciones permanentes de órganos de control, reduciendo cada vez más su liderazgo pedagógico.
Dice el autor ya citado que la labor educativa se ejerce mediante una interacción personal, y este contacto asiduo y directo con las personas beneficiarias del servicio es un factor estresante que no permite tomarse un momento de respiro o relax, ni una pausa de relajación en el ámbito donde acontece la interacción.
En muchos países se comienza a asistir a una sistemática rebelión en las aulas, donde el profesor no es escuchado sino cuestionado por estudiantes apáticos y en muchos casos hostiles, empeñados en hacer su voluntad sin consideración alguna por lo que los adultos les proponen. La familia, antigua aliada incondicional de la escuela y los maestros, ahora parece siempre descontenta, sin asumir la parte de formación que le corresponde.
Tenemos pocos estudios sistemáticos sobre esto en el país, pero no hay duda de que hay muchos factores que están afectando no solo la vida de miles de hombres y mujeres dedicados a la docencia, sino la calidad de la educación para millones de niños. El problema es enorme y no tiene soluciones simples. Hace falta revisar a fondo el sistema de salud que atiende al magisterio, el proceso de formación inicial en las universidades y la estructura organizativa de los colegios, que, según algunos, es para enloquecerse.
fcajiao11@gmail.com
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