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Un maestro curioso

A este maestro se debe, entre otras cosas, el primer túnel de viento ruso para probar aeronaves.

En este mes dedicado a los maestros quiero sacar a la luz la historia de Konstantin Tsiolkovsky, un nombre que muy pocas personas han escuchado entre los paradigmas de la profesión. No figura en una lista con Juan Bautista de la Salle, María Montessori, Simón Rodríguez, Gabriela Mistral, Celestin Freinet, Alexander Neill o Anton Makarenko.
La cuestión es que le tocó en suerte desarrollar su labor pedagógica en Borovsk, un pequeño poblado a cien kilómetros de Moscú. Para contar la historia desde el comienzo, debo decir que había nacido en Izhévskoye en el año 1857. Cuando tenía 9 años, el niño enfermó y el médico al que se consultó determinó que estaba sordo, probablemente a causa de la escarlatina. Esta situación lo condenó al aislamiento, pues en su entorno no había ninguna escuela para niños sordos.
El chico, de todas maneras, mostró desde el comienzo un gran interés por la lectura, la matemática y la física y al amparo de las obras de Julio Verne y otros escritores fantásticos se le metió en la cabeza que quería ir al espacio a como diera lugar. A los 16 años había acumulado, de manera autodidacta, una sólida formación académica y pensó que era momento de viajar a Moscú para completar su formación científica, a pesar de su sordera y de la oposición de su padre, que ganaba un salario miserable.
Pasó tres años apenas sobreviviendo, asistiendo a clases con una trompetilla que le permitía aprovechar lo poco que alcanzaba a oír y haciendo muchos trabajos en sus tiempos libres sin ningún éxito económico. Al enterarse de la miserable vida que llevaba su hijo, el padre le rogó que volviera a casa, donde al menos tendría comida caliente. Konstantin no tuvo más remedio que regresar y seguir el destino de muchos alumnos aventajados en ciencias en la Rusia del siglo XIX: hacerse maestro.
A pesar de su limitación auditiva, superó el examen oficial para obtener el cargo y fue destinado a Borovsk, como ya habíamos visto. No sabemos cómo fue como maestro, pero quiero imaginar que debía ser muy interesante, pues no dejaba de estudiar sobre la manera de ir al espacio. En algún momento escribió a la Sociedad Rusa de Física y Química: “He resuelto las ecuaciones de la teoría cinética de los gases”. Le respondieron que sentían mucho, pero que este mismo problema había sido resuelto 25 años antes por Mendeleiev. Aunque la respuesta no fue muy estimulante, logró que el propio Mendeleiev se interesara en sus trabajos, asombrado por su capacidad de innovación.
A este maestro de escuela se debe, entre otras cosas, el primer túnel de viento que se desarrolló en Rusia para probar el diseño de aeronaves. También fue el primero que se dio cuenta de que el problema de los cohetes para viajar al espacio no dependía de su diseño, sino del combustible, adelantándose más de 50 años a las naves espaciales. Sus estudios teóricos facilitaron la conquista del espacio y otros aún están por realizar.
No hay espacio para detallar sus trabajos, pero desde que conocí la historia me pregunto cómo serían las clases con él y qué cosas aprendería de los niños que influyeron en sus trabajos. Publicó más de 500, incluyendo dibujos y diagramas. Por primera vez describió lo que sería un ascensor cósmico y expresó su convicción de que había vida extraterrestre. Quiero pensar que a su manera hablaba de estas ideas con sus estudiantes, porque es imposible tener una obsesión y no compartirla con quienes nos rodean.
Me pregunto cuántos maestros y maestras como Tsiolkovsky habrá por ahí en las escuelas de nuestro país, de América, del mundo. Estas personas ocupadas en serio de los asuntos del mundo, de la ciencia, de la literatura, son quienes logran compartir con sus niños la responsabilidad profunda de hacer de cada vida humana un nuevo esfuerzo en el progreso del espíritu humano.
FRANCISCO CAJIAO
Fcajiao11@gmail.com
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