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Tiempo de ritos y celebraciones

Parecen tener una fuerza mayor que cualquier discurso racional a la hora de educar a los pueblos.

Francisco Cajiao
Aunque los seres humanos de las más diferentes culturas siempre están agrupándose para celebrar cumpleaños, nacimientos y matrimonios, o para conmemorar fechas que recuerdan a los muertos, hay períodos específicos del año en los que esas festividades y rituales se hacen masivos y todo el mundo participa en ellos... de lo contrario, se es un aguafiestas o grinch.
Desde hace muchísimos años, el tema de los mitos, ritos, fiestas y juegos me ha cautivado, pues parecen tener una fuerza mucho mayor que cualquier discurso racional a la hora de educar a los pueblos. Siempre me sorprende que quienes escriben sobre pedagogía y educación se ocupen tan poco de estos aspectos, cuyo poder movilizador es enorme.
Cada vez hemos ido derivando nuestro modelo escolar hacia un recitatorio frío de prescripciones que, según algunos, ya deberían ser eficaces por fundarse en sesudos estudios internacionales o avanzadas teorías de las neurociencias. Suponemos que en el improbable escenario de tener éxito, la mayor parte de los niños y jóvenes de primaria y secundaria en las competencias básicas (lectura crítica, matemática, etc.) estarían a la puerta de un mucho mejor futuro para ellos y toda la comunidad.
Pero lo que falta en esa ecuación es un sentido, un por qué luchar y progresar, un saber a qué se pertenece y para quién se es útil, y justamente ese es el espacio que juegan en la sociedad los relatos y las celebraciones. Es claro que la gente común, y muy especialmente los niños, tienden a ilusionarse y portarse mejor y estar más contentos en época de Navidad. Y no es porque la Iglesia mande una circular por e-mail dando explicaciones teológicas sobre la razón para el júbilo del nacimiento. Además, la Navidad también la celebran los matrimonios ateos, y las ciudades se adornan, la gente quiere ser buena, etc. Ese es el poder del rito: nos puede unir en un significado común.
Dicho de paso, ese significado también puede ser perverso y orientarse contra otro país o una etnia particular. Los nazis fueron maestros en diseño de rituales y celebraciones patrióticas que tuvieron una eficacia inmensamente superior a la de la educación convencional para modelar la conciencia de millones y millones de jóvenes a quienes luego enviaron a aniquilar Europa, dejando sus propios cadáveres por el camino. Todo lo lograron en menos de una década, cuando nosotros no conseguimos que nuestros niños sepan casi nada de su propia nación ni estén dispuestos a arriesgar nada por ella.
Cuando viajo a otros países que percibo más amables para vivir, me llama la atención la cantidad de celebraciones, fiestas y juegos en que participan niños y viejos del barrio o de la ciudad. Los domingos suceden cosas en las plazas, y la gente se educa sintiéndose parte de un grupo humano que se reconoce por el nombre.
Los colegios deberían tener una agenda activa de celebraciones y conmemoraciones: hay que recordar algún día, todos los años, a los miles y miles de víctimas de la violencia, porque los ritos son nuestra ayuda de memoria y nos ayudan a elaborar un sentimiento de rechazo profundo. Del mismo modo, hay que reservar espacio para celebrar los éxitos de los compañeros y de todo el colegio, y los grandes acontecimientos de nuestra historia.
Los jóvenes universitarios saben que una buena marcha puede más que mil documentos de una entidad internacional. Haber buscado una vía más amable y alegre, rechazando la anarquía y el vandalismo, les consiguió el respeto de la ciudadanía y además un gran apoyo. Ahora tienen el reto de ir agregando significado a su lucha: uno que haga pensar que Colombia será mejor como país dentro de diez años.
Por estos días de Navidad y Año Nuevo, cuando el ánimo vira hacia la ilusión de estrenar una vez más la vida, pensemos en estas cosas que constituyen la verdadera alma de la educación de un ser humano.
fcajiao11@gmail.com
Francisco Cajiao
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