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No valió la pena

El edén prometido por el comunismo no se ha hecho realidad en donde se intentó implantar a la fuerza

Al inicio de un nuevo año suelen acompañarnos buenos propósitos; entre otros, alcanzar nuestros deseos, hacer realidad nuestros sueños. Por supuesto que tales aspiraciones tienen que estar precedidas de un balance a conciencia de lo que hicimos y de lo que dejamos de hacer, es decir, estimar si nuestro actuar valió la pena o si, por el contrario, fue una equivocación. Solo así es posible que lo anhelado no termine en frustración, que nuestros errores no vuelvan a repetirse.
No sé si los señores agrupados en el llamado Eln, sobre todo quienes conforman su cúpula, acostumbran hacer en estos días un balance de sus actos y les asignan el respectivo valor o alcance. Si en verdad son críticos, como lo pregonan, tendrían que aceptar que su actuar –como lo fue el del M-19 y el de las Farc– a lo largo de tan prolongados años no solo ha sido lamentable, sino francamente desastroso y que, por eso, bien vale la pena rectificar el rumbo, cambiar de estrategia, para contribuir de otra manera al logro de sus aspiraciones.
Por mi avanzada edad, me ha correspondido ser testigo y notario de todo lo malo que ha traído consigo la más que hemicentenaria violencia política que ha azotado el país. Nada bueno puedo adjudicarle. Viví de cerca, y con algo de protagonismo, la violencia partidista de los años cincuenta. En calidad de médico rural –y, por razones explicables, de médico castrense– me correspondió dar fe de los estragos de esa confrontación, ubicado en la puerta.
De entrada a la región de Sumapaz, entonces baluarte de los ‘chusmeros’, que era como los militares denominaban peyorativamente a los insurgentes liberales, adoctrinados ya por los corifeos de las tesis comunistas. Contemplando los horrores de esa guerra, me preguntaba si tenía justificación alguna el sacrificio de humildes campesinos y de humildes soldados, que peleaban entre sí sin entender bien por qué lo hacían. La llegada al poder del general Rojas Pinilla no puso fin al conflicto, como lo había prometido. Sucedió todo lo contrario: lo exacerbó al mantenerse vivo el predominio conservador y calar más hondo los principios comunistas en las huestes chusmeras. Entonces, el objetivo de la insurrección cambió de rumbo: dar paso a la “dictadura del proletariado”, a la manera del régimen soviético, o del chino, o, más tarde, del cubano. Precisamente, el advenimiento a Cuba del comunismo disfrazado de socialismo mediante acción armada hizo que muchos simpatizantes de Fidel soñaran con implantar algo similar entre nosotros. Fue esa la meta de las Farc, el M-19 y el Eln. Como consecuencia de dicho propósito, el país padeció sobrecogido una serie de actos demenciales, de tropelías jamás imaginadas.
Ahora, la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) ha comenzado a hacer el inventario de lo que fue aquello, con el ánimo de que se conozca la verdad para que no vuelva a repetirse nunca. Seguramente, el balance se quedará corto, pues el número de crímenes cometidos a nombre de un fementido paraíso revolucionario es difícilmente cuantificable. Lo que no dirá tampoco la JEP es el costo en dinero y vidas de las fuerzas del Estado que fue necesario invertir y sacrificar para contrarrestar la insurrección. Tampoco contabilizará la forma negativa como se vio afectado el progreso de todos los sectores que jalonan la marcha del país, ni los cambios sociales que hubieran podido adelantarse y se vieron entorpecidos.
La historia reciente ha venido demostrando que el edén prometido por el comunismo no se ha hecho realidad en los países donde se intentó implantarlo a la fuerza. En otras palabras, la vía armada no es el camino para alcanzar el bienestar social. Esa fue la conclusión a que, en su momento, llegaron el M-19 y las Farc. Es doloroso y vergonzoso tener que concluir que no valió la pena tanto sacrificio. Pero hay que aceptarlo, señores del Eln.
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